La promesa es un acto lingüístico por el cual alguien asume el compromiso de producir algo en el futuro, mediante la ejecución de ciertas acciones. “Iré a la reunión”, “Te llamo con una respuesta antes de las seis y media”, “Juro defender la Constitución”, son ejemplos de promesas. En cada caso, quien promete declara su compromiso de generar ciertas acciones futuras.
Las promesas son responsabilidad de quien promete
Al hacer una promesa, quien se compromete lo hace con absoluta responsabilidad. El compromiso expresado mediante la promesa es un acto libre y voluntario que pone en juego la integridad de la persona. No valen las excusas del tipo “no podía decirle que no”, o “me insistió tanto que tuve que decirle que sí”. Al decir “prometo”, uno acepta la responsabilidad de honrar tal compromiso. Si uno no quiere hacer lo que otro le pide, la única respuesta honorable es declinar; decir, sencillamente, “no”. Adoptar la posición de víctima, pensando que uno no tiene alternativa, es una trampa que le quita valor y dignidad a la persona, y genera grandes problemas en las relaciones y en la efectividad. Se pueden delegar las acciones necesarias para cumplir una promesa, pero la responsabilidad es indelegable.
Las promesas generan redes de compromisos
Cada promesa posibilita (e implica) otras promesas, con lo que crea redes de compromisos. Por ejemplo, cuando un Instituto se comprometo con los asistentes de un curso a que recibirán sus certificados al finalizar el mismo y a su vez alguno de esos asistentes puede comprometerse con su empleador a que en 12 semanas tendrá un nuevo certificado en su currículum. Si el Instituto no cumple con su compromiso, el asistente tampoco podrá cumplir con el suyo. Cada promesa es un eslabón en la cadena de compromisos que sostiene el funcionamiento de cualquier relación. De la misma forma, las cadenas de compromisos inter-relacionales sostienen el funcionamiento del sistema social.
No todas las promesas son explícitas
En tanto ciertos compromisos son explícitos, muchos no lo son. Aunque ninguno de los asistentes a un teatro ha prometido en forma explícita no gritar “¡Fuego!” sin causa justificada, hay un acuerdo implícito en la sociedad, por el cual tal alarma es una falta. Si alguien diera la alarma sin razón, los otros espectadores y el dueño del cine tendrían legítimos fundamentos para realizar un reclamo. El problema de las promesas implícitas es que distintas personas pueden asumir que hay distintas promesas en vigencia. Por ejemplo, uno puede suponer que su jefe ha “prometido” pagarle horas extra, mientras que el jefe supone que uno ha “prometido” trabajar hasta cuando fuera necesario sin compensación adicional. En estos casos, es necesario hacer explícitas las promesas implícitas.
Las promesas son contexto-dependientes
En un combate de boxeo, los compromisos implícitos sobre la no-agresión física son distintos que en una sala de reuniones. Por lo tanto, ciertos ataques son aceptables en un contexto y no en el otro. Dado que las promesas son contexto-dependientes, las diferentes interpretaciones de los contextos y de los compromisos pueden infligir estragos en los vínculos en los que existen diferencias culturales. Por ejemplo, en la Argentina, si uno promete ir a una fiesta a las nueve de la noche, podría crear gran embarazo si llegara antes de las nueve y media; pero si hace tal promesa en Alemania, podría causar un problema si llega después de las nueve y cinco. La globalización de las comunicaciones y las diferencias culturales demandan que uno esté siempre alerta para considerar los contextos interpretativos en los cuales se establecen los compromisos.
Las promesas se saldan mediante una declaración de cumplimiento
Para dar por cumplida una promesa, hace falta una declaración de satisfacción por parte del receptor. Si uno acepta un pedido en el cual su interlocutor le solicita que le entregue un informe a las cinco de la tarde, su promesa permanecerá abierta hasta que el interlocutor considere que ha cumplido las condiciones de satisfacción estipuladas. Si al entender de éste el informe ha observado las condiciones de satisfacción, él dirá “Gracias”, forma normal de declarar que la promesa ha sido cumplida. Es importante señalar que “gracias” no es sólo una expresión de gratitud, es también un juicio que expresa satisfacción y que da por consumada la promesa.
Las promesas siempre conllevan riesgo interpretativo
Podría creerse que siendo cuidadoso en las comunicaciones y diligente en las acciones, se evitan los incumplimientos de las promesas. Pero dados los distintos modelos mentales en los que la interpretación del lenguaje tiene lugar, es imposible asegurarse de que todos los participantes de una conversación comprendan lo mismo. Uno puede creer que está prometiendo “A”, mientras que el otro ha entendido “B”. Este riesgo es inevitable, pero se puede reducir su probabilidad. Tomarse el tiempo necesario para establecer un marco interpretativo compartido reduce significativamente las interpretaciones equívocas. La clave es recordar que las promesas son contexto-dependientes y las distintas personas operan a veces desde distintos contextos. Por eso es importante desarrollar un contexto común.
Las promesas siempre conllevan riesgo ejecutivo (de ejecución)
El futuro, al igual que las acciones de otras personas de quienes pueden depender nuestras promesas, son impredecibles. Aunque uno crea que podrá hacer lo que promete, siempre existe el riesgo de algún imprevisto que le impida cumplirla. Cuanto más arriesgada sea la promesa (mayores demandas con menores recursos), más probable es que algo falle. Es imposible eliminar completamente el riesgo ejecutivo, pero uno puede reducirlo prometiendo solamente aquello que evalúa (después de un análisis cuidadoso) que podrá cumplir.
Las promesas obscuras generan desinteligencias
Un ejemplo típico es el de quien promete “tratar de hacer algo” o “ver qué se puede hacer sobre el tema”. El compromiso es siempre un compromiso para producir un resultado, no para “intentar” producirlo.