Fostering Talent - Instituto de Desarrollo Personal y Profesional

Certificación Internacional

Liderazgo Personal

Módulo 6

Comunicación Efectiva

“La forma en que nos comunicamos con otros y con nosotros mismos, determina la calidad de nuestras vidas.”

Anthony Robbins

Nuestro fin en mente de este módulo es:

  • Potenciar tus competencias conversacionales.
  • Comprender la importancia de la responsabilidad de lo que dices.
  • Aprender a diferenciar actos lingüísticos.

Redacta un compromiso contigo mismo:

*Tómate unos minutos para reflexionar.

  1. ¿Cómo es tu calidad comunicacional?
  2. ¿Qué de lo aprendido del módulo anterior pondrás a tu disposición?
“La comunicación humana es la clave del éxito personal y profesional.”
Paul J. Meyer

Efectividad Personal

Comunicación Efectiva

Ser humano y lenguaje. El lenguaje como generativo y su relación con la ontología

La ontología del lenguaje apunta hacia la creación de una base desde la cual podamos observar los fenómenos humanos, a partir de una perspectiva no-metafísica. Todo lo que hacemos, revela nuestro juicio sobre nosotros mismos, esto es la base de uno de los usos de la ontología del lenguaje: la práctica del «coaching» ontológico. 

Podemos condensar la ontología del lenguaje en un conjunto de tres postulados básicos y tres principios generales. Ellos son los siguientes:

  1. Interpretamos a los seres humanos como seres lingüísticos: A través del lenguaje conferimos sentido a  nuestra vida y es también desde el lenguaje que nos es posible reconocer dominios existenciales no lingüísticos
  2. Interpretamos al lenguaje como generativo: El lenguaje no sólo nos permite hablar sobre las cosas, hace que sucedan cosas. El lenguaje es acción y por ende crea realidades, modelando nuestro futuro y el de los demás
  3. Interpretamos que los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él: El ser humano no es una forma de ser determinada, ni permanente. A partir de condicionamientos biológicos, culturales, sociales, etc., los individuos tienen la capacidad de crearse a sí mismos a través del lenguaje.

Por todo ello se plantea que Ser humano es estar en un proceso permanente de devenir. Esto conduce al principio general de la ontología del lenguaje. “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos”. 

El cuestionamiento de la capacidad de los seres humanos de acceder a la verdad plantea, de inmediato, dos desplazamientos. El primero de ellos implica que el conocimiento se desplaza desde lo observado (el ser de las cosas) hacia el observador. Por tanto, podríamos decir que el conocimiento revela tanto sobre lo observado como sobre quien lo observa.

El segundo, tiene que ver con que una vez que hemos cuestionado nuestra capacidad de acceder a la verdad y aceptamos el postulado según el cual no podemos saber cómo son las cosas, ello significa que no podemos sostener que esto mismo que postulamos pueda ser considerado como verdad.

El lenguaje no es inocente. Toda proposición, toda interpretación habilita o inhibe determinados cursos de acción capaces de transformarnos a nosotros mismos y al mundo en que vivimos. Revisando así los postulados planteados, en función de una visión del lenguaje como acción y generador de ser, podemos decir que: “No sólo actuamos de acuerdo a cómo somos, (y lo hacemos), también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace. Evitamos así quedar entrampados en el supuesto metafísico de que el ser es inmutable. 

Para que seamos capaces de hablar, deben cumplirse ciertas condiciones biológicas (capacidad de oír y hablar) y una interacción social, es decir requiere la constitución de un dominio consensual. A su vez el lenguaje humano posee otra capacidad que es la de ser recursivo que es la base de lo que llamamos reflexión, pilar de la razón humana, que nos permite especular, entablar conversaciones con los demás y con nosotros mismos, acerca de nuevas posibilidades, arriesgarnos, inventar y de intervenir en el diseño de nuestros entornos sociales. Esta es una de las más claras manifestaciones de la capacidad generativa del lenguaje.

Esto nos lleva al Tercer principio: Los individuos actúan de acuerdo a los sistemas sociales a los que pertenecen. Pero a través de sus acciones, aunque condicionados por estos sistemas sociales, también pueden cambiar tales sistemas sociales. El sistema social constituye al individuo, del mismo modo en que el individuo constituye al sistema social.

Actos Lingüísticos Fundamentales

Una diferenciación clave para la resolución de conflictos

Afirmaciones y Declaraciones

Compromiso social de cada acto

Rafael Echeverría

Ontología del Lenguaje

Al observar el habla como acción, es más, como una acción que siempre establece un vínculo entre la palabra, por un lado, y el mundo, por el otro, cabe preguntarse lo siguiente: cuando hablamos, ¿Qué tiene primacía? ¿El mundo o la palabra? En otras palabras, ¿Cuál de los dos —la palabra o el mundo— conduce la acción? ¿Cuál podríamos decir que «manda»? Estas preguntas tienen el mérito de llevarnos a establecer una importante distinción: a veces, al hablar, la palabra debe adecuarse al mundo, mientras que otras veces, el mundo se adecúa a la palabra.

Cuando se trate del primer caso, cuando podamos sostener que la palabra debe adecuarse al mundo y que, por lo tanto, el mundo es el que conduce a la palabra, hablaremos de afirmaciones. Cuando suceda lo contrario, cuando podemos señalar que la palabra modifica al mundo y que, por lo tanto, el mundo requiere adecuarse a lo dicho, hablaremos de declaraciones. Lo importante de esta distinción es que nos permite separar dos tipos de acciones diferentes que tienen lugar al hablar: dos actos lingüísticos distintos. Habiendo efectuado la distinción, examinemos a continuación cada uno de sus términos por separado.

Afirmaciones

Las afirmaciones corresponden al tipo de acto lingüístico que normalmente llamamos descripciones. En efecto, ellas parecen descripciones. Se trata, sin embargo, de proposiciones acerca de nuestras observaciones. Creemos importante hacer esta aclaración.

Tenemos el cuidado de no decir que las afirmaciones describen las cosas como son, ya que, como hemos postulado, nunca sabemos cómo ellas son realmente. Sabemos solamente cómo las observamos. Y dado que los seres humanos comparten, por un lado, una estructura biológica común y, por el otro, la tradición de distinciones de su comunidad, les es posible compartir lo que observan.

Cuando nuestra estructura biológica es diferente, como sucede por ejemplo con los daltónicos, no podemos hacer las mismas observaciones. Lo que es rojo para uno puede ser verde para otro. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién está equivocado? ¿Quién está más cerca de la realidad? Estas preguntas no tienen respuesta. Sólo podemos decir que estos individuos tienen estructuras biológicas diferentes. El rojo y el verde sólo tienen sentido desde el punto de vista de nuestra capacidad sensorial como especie para distinguir colores. Las distinciones entre el rojo y el verde sólo nos hablan de nuestra capacidad de reacción ante el medio externo; no nos hablan de la realidad externa misma.

Los seres humanos observamos según las distinciones que poseamos. Sin la distinción mesa no puedo observar una mesa. Puedo ver diferencias en color, forma, textura, etcétera, pero no una mesa. Los esquimales pueden observar más distinciones de blanco que nosotros. La diferencia que tenemos con ellos no es biológica.

Nuestras tradiciones de distinciones son diferentes. Por lo tanto, la pregunta ¿Cuántos tonos de blanco hay realmente allí? sólo tiene sentido en el contexto de una determinada tradición de distinciones.

De manera similar, no podemos hablar de martes, Madrid y sol sin las distinciones martes, Madrid y sol. Alguien que no tenga estas distinciones no puede afirmar «Hizo sol el martes pasado en Madrid». ¿Quién tiene razón? ¿Quién está equivocado? ¿Quién está más cerca de la realidad? ¿La persona que tiene las distinciones? ¿O la persona que no las tiene? Estas preguntas sólo tienen sentido para las personas que comparten el mismo conjunto de distinciones. Desde este punto de vista, es válido decir que vivimos en un mundo lingüístico. Las afirmaciones se hacen siempre dentro de un «espacio de distinciones» ya establecido.

Como los seres humanos podemos compartir lo que observamos, suponemos que ésta es la forma como son realmente las cosas. Pensamos que, si lo que yo observo pareciera ser lo mismo que observa mi vecino, tendrá que ser que las cosas son como ambos las observamos. Pero esta conclusión es obviamente discutible. Aunque mi vecino y yo compartamos las mismas observaciones no podemos decir que observamos las cosas como realmente son. Solamente podemos concluir que compartimos las mismas observaciones, que observamos lo mismo. Nada más. La única descripción que hacemos es la de nuestra observación, no la descripción de la realidad.

Sin embargo, basándose en esta capacidad común de observación, los seres humanos pueden distinguir entre afirmaciones verdaderas o falsas. Esta es una de las distinciones más importantes que podemos deducir cuando tratamos con afirmaciones.

Es necesario advertir, sin embargo, que la distinción entre lo verdadero y lo falso sólo tiene sentido al interior de un determinado «espacio de distinciones» y, por lo tanto, sólo bajo condiciones sociales e históricas determinadas. Ella no alude a la «Verdad» (con mayúscula) en cuanto aprehensión del «ser» de las cosas. La distinción entre lo verdadero y lo falso es una convención social que hace posible la coexistencia en comunidad.

Una afirmación verdadera es una proposición para la cual podemos proporcionar un testigo. Un testigo es un miembro cualquiera de nuestra comunidad (con quienes compartimos las mismas distinciones) que, por estar en el mismo lugar en ese momento, puede coincidir con nuestras observaciones. Al decir «Hizo sol el martes pasado en Madrid», llamaremos verdadera a esta afirmación si podemos demostrar que alguien, con quien tenemos distinciones comunes, habiendo estado allí el martes pasado, compartió lo que observamos.

Las afirmaciones no sólo pueden ser verdaderas, pueden también ser falsas. Una afirmación falsa es una proposición sujeta a confirmación, pero que cualquier testigo, cualquier persona que hubiese estado allá en esa ocasión, podría refutar. El acto lingüístico de decir «Llovió el martes pasado en Ciudad de México» es una afirmación, a pesar de que este hecho pueda ser refutado por otros que hayan estado allá ese día. Si es refutado, va a seguir siendo una afirmación, pero falsa.

No todas las afirmaciones, sin embargo, pueden ser separadas en la práctica en verdaderas o falsas. Algunas veces no se pueden confirmar por no existir las condiciones necesarias para su corroboración.

Los pronósticos del tiempo constituyen buenos ejemplos. Si alguien dice «Va a llover mañana», hace una afirmación. Se trata de una proposición que está sujeta a confirmación. Sin embargo, tendremos que esperar hasta mañana para determinar si esa afirmación es verdadera o falsa. En el intertanto su calidad va a ser de indecisa. Por regla general, las afirmaciones acerca del futuro tienen la calidad de indecisas. Cuando hacemos afirmaciones acerca del pasado, puede ocurrir algo similar. Si decimos, por ejemplo, «Nevó en Bariloche el 10 de abril de 1415», ésta es una afirmación. Teóricamente puede ser corroborada. Es más, se sigue tratando de un tipo de proposición en la que la palabra debe adecuarse al mundo y, por lo tanto, se trata de una afirmación. En la práctica, sin embargo, no vamos  a encontrar a nadie que haya estado presente allá en ese  momento y no existen registros con observaciones de testigos. La calidad de esta afirmación (si verdadera o  falsa) también permanecerá indecisa.

Cada vez que ejecutamos un acto lingüístico adquirimos un compromiso y debemos aceptar la responsabilidad social de lo que decimos. El hablar nunca es un acto inocente. Cada acto lingüístico se caracteriza por involucrar compromisos sociales diferentes. En el caso de las afirmaciones, el compromiso social guarda relación con la necesidad de establecer de manera efectiva que la palabra cumple con la exigencia de adecuarse a las observaciones que hacemos sobre el estado de mundo.

Por lo tanto, cuando afirmamos algo nos comprometemos con la veracidad de nuestras afirmaciones ante la comunidad que nos escucha. Contraemos una responsabilidad social por su veracidad. En otras palabras, nos comprometemos a la posibilidad de proporcionar un testigo que corrobore nuestras observaciones o, en su defecto, de cumplir con cualquier otro procedimiento que, en la comunidad a la que pertenecemos, se acepte como evidencia.

Cuando hacemos afirmaciones hablamos del estado de nuestro mundo y, por lo tanto, estamos hablando de un mundo ya existente. Las afirmaciones tienen que ver con lo que llamamos normalmente el mundo de los «hechos».

Declaraciones

Muy diferente de las afirmaciones es aquel otro tipo de acto lingüístico llamado declaración. Cuando hacemos declaraciones no hablamos acerca del mundo, generamos un nuevo mundo para nosotros. La palabra genera una realidad diferente. Después de haberse dicho lo que se dijo, el mundo ya no es el mismo de antes. Este fue transformado por el poder de la palabra. Tomemos un clásico ejemplo histórico. Cuando un  grupo de personas se reunió en Filadelfia en julio de 1776  y, asumiendo la representación de las 13 colonias inglesas en Norteamérica, dieron a conocer al mundo un texto que comenzaba diciendo: «Cuando en el curso de los acontecimientos humanos, llega a ser necesario para un pueblo el disolver los vínculos políticos que lo conectaran con otro…», ellos no estaban hablando «sobre» lo que sucedía en el mundo en esos momentos. Estaban creando un nuevo mundo, un mundo que no existía antes de realizarse la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica.

Las declaraciones no sólo suceden en momentos muy especiales de la historia. Las encontramos en todas partes a lo largo de nuestra vida. Cuando el juez dice «¡Inocente!»; cuando el arbitro dice «¡Fuera!»; cuando el oficial dice «Los declaro marido y mujer»; cuando decimos en nuestra casa «Es hora de cenar»; cuando alguien crea una nueva compañía; cuando un jefe contrata o despide a alguien; cuando un profesor dice «Aprobado»; cuando una madre dice a su niño «Ahora puedes ver televisión», en todas estas situaciones se están haciendo declaraciones. Y en todos estos casos, el mundo es diferente después de la declaración. La acción de hacer una declaración genera una nueva realidad.

En cada uno de estos casos, la palabra transforma al mundo. Una vez que una declaración fue hecha, las cosas dejan de ser como eran antes. En cada una de estas instancias, el mundo se rearticula en función del poder de la palabra. Cada una de ellas, es un ejemplo de la capacidad generativa del lenguaje. Se trata de situaciones concretas en las que podemos reconocer las limitaciones de nuestra concepción tradicional, que concibe al lenguaje como un instrumento fundamentalmente pasivo.

Las declaraciones nos acercan a lo que comúnmente asociamos con el poder de los dioses. Son la expresión más clara del poder de la palabra, de que aquello que se dice se transforma en realidad; que la realidad se transforma siguiendo la voluntad de quien habla. No es extraño, por lo tanto, constatar cómo, en nuestra tradición judeocristiana, se sostiene que en el inicio sólo existía la palabra y que fue precisamente la palabra, como nos lo relata el Génesis, la que crea el mundo a través de sucesivas declaraciones. «Hágase la luz», declaró Dios, y la luz se hizo.

Las declaraciones no están relacionadas con nuestras capacidades compartidas de observación, como acontecía con las afirmaciones. Están relacionadas con el poder. Sólo generamos un mundo diferente a través de nuestras declaraciones si tenemos la capacidad de hacerlas cumplir. Esta capacidad puede provenir de la fuerza o habernos sido otorgada como autoridad. La fuerza nos obliga a inclinarnos ante una declaración y acatarla porque queremos evitar el riesgo de desintegración. La autoridad es el poder que nosotros o la comunidad otorga a ciertas personas para hacer declaraciones válidas. Ambas, la fuerza y la autoridad, son expresiones de poder.

Volvamos a nuestro primer ejemplo, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Cuando los ingleses supieron de ella, evidentemente no la aceptaron de inmediato. Para ellos ésa no era una declaración válida sino un acto de arrogancia de algunos de los súbditos de la Corona. Y así se los hizo saber el rey Jorge III. Sin embargo, como la historia ha demostrado, los ingleses no tuvieron suficiente poder para oponerse a esa declaración y, al final, tuvieron que aceptarla. Esta declaración tuvo vigencia porque aquellos que la hicieron tuvieron el poder de asegurar su cumplimiento y validez.

El caso de un oficial que celebra un matrimonio es diferente. En este caso, hemos otorgado a un funcionario la autoridad para hacer la declaración. Si alguien sin autoridad dijera «Los declaro marido y mujer» no tomaríamos en serio lo que esa persona dice. El mundo no cambiaría después de esa declaración. Sin embargo, el mundo no permanece el mismo de antes —no para la pareja que se está casando ni para la comunidad en la cual se efectúa el matrimonio— cuando la declaración es hecha por un oficial investido de la autoridad para hacerla.

Las declaraciones no son verdaderas o falsas, como lo eran las afirmaciones. Ellas son válidas o inválidas según el poder de la persona que las hace. Esta es una distinción fundamental cuando nos ocupamos de las declaraciones.

Una declaración implica una clase diferente de compromiso del de las afirmaciones. Cuando declaramos algo nos comprometemos a comportarnos consistentemente con la nueva realidad que hemos declarado. El oficial que celebró la ceremonia por ejemplo, no puede decir más tarde que realmente no quería decir lo que declaró, sin sufrir las consecuencias de un actuar inconsistente.

Cuando hacemos una declaración también nos comprometemos por la validez de nuestra declaración. Esto significa que sostenemos tener la autoridad para hacer tal declaración y que ella fue hecha de acuerdo a normas socialmente aceptadas. La autoridad está generalmente limitada a normas sociales específicas. La persona a quien se le otorgó autoridad para hacer una determinada declaración debe, comúnmente, cumplir con ciertos requisitos para poder hacerla. Un jurado, por ejemplo, tiene la autoridad para declarar un veredicto de inocencia, pero para hacerlo debe cumplir con normas sociales claramente establecidas.

Promesas

Las promesas nos permiten coordinar acciones con otros. Implican un compromiso manifiesto mutuo. Esto no es solamente un compromiso personal sino social (ejemplo los contratos legales). El incumplimiento da derecho a formular un reclamo. 

Una promesa consta de cuatro elementos fundamentales: un orador, un oyente, una acción (condiciones de satisfacción) y un factor tiempo asociado. 

Cuando hacemos una promesa, nos comprometemos en dos dominios: sinceridad y competencia. La sinceridad, es operar bajo el supuesto de que esa promesa se hizo será cumplida en forma y tiempo. La competencia guarda relación con el que promete está en condiciones de ejecutarla efectivamente. Como para hacer promesas se necesita del consentimiento mutuo entre las partes, esto se logra a través de dos acciones diferentes que son peticiones y ofertas.

Peticiones y Ofertas

La petición y la oferta difieren porque sitúan en personas distintas la inquietud de la que se hará cargo la acción que está involucrada en el eventual cumplimiento de la promesa, de concretarse ésta.  Cuando se inicia con una petición, la acción pedida, de ser ésta aceptada, será ejecutada por el oyente. Sin embargo, cuando este mismo proceso se inicia con una oferta, entendemos que la acción ofrecida, de ser ésta aceptada, compromete al orador.

No pedir limita nuestro campo de acción y resulta en una particular manera de ser. De la misma forma hay también quienes no realizan ofertas, asumiendo un rol pasivo y quizás pasen inadvertidos como recursos valiosos para los demás. Pedir y ofertar tienen profundas repercusiones en la identidad y formas de vida a las que podemos acceder.

El lenguaje asume un papel generativo.

Ser rigurosos en distinguir en el lenguaje, modifica considerablemente nuestro poder de acción.

Algunas declaraciones fundamentales

Rafael Echeverría

Ontología del Lenguaje

Toda persona humana tiene el poder de efectuar determinadas declaraciones en el ámbito de la propia vida personal y en cuanto ejerza tal poder asienta su dignidad como persona.

A continuación, vamos a referirnos a un conjunto de declaraciones que pertenecen a este ámbito de autoridad personal.

La declaración del “NO”

Consideramos que el decir “NO” es una de las declaraciones más importantes que un individuo puede hacer. Es la declaración en la que, en mayor grado, comprometemos nuestra dignidad. El decir “NO” es un derecho que nadie puede arrebatarnos. Hay veces que por decirlo pagamos un precio muy alto y por no hacerlo también, depende de cada uno de nosotros si elegimos pagar ese precio o no. Allí se manifiesta nuestro poder de elección. Cada vez que consideremos que debemos decir “NO”  y no lo digamos, veremos nuestra dignidad comprometida; del mismo modo que la veremos comprometida cuando digamos “NO” y ello no sea tomado en cuenta, consideraremos aquí que no fuimos respetados. Esta es una declaración que define el respeto que nos tenemos a nosotros mismos y que nos tendrán los demás. Una de las formas en las que podemos encontrar esta declaración de “NO” es en la declaración de “BASTA”.

La declaración de aceptación: el “SI”

El “Si” pareciera no ser tan poderoso como el “NO”. Esta declaración pareciera que opera por omisión, mientras no decimos que “NO”, normalmente se asume que estamos en el “SI”.

Sin embargo, cabe destacar que cuando decimos “SI”, ponemos en juego el valor y el respeto de nuestra palabra. Destacamos aquí el compromiso que asumimos cuando decimos “SI” o su equivalente “Acepto”. Pocas cosas afectan más seriamente la identidad de una persona que el decir “SI” y no actuar coherentemente con tal declaración.

La declaración de ignorancia

Pareciera que decir “No sé” fuese una declaración sin mayor trascendencia, sin embargo, uno de los problemas cruciales del aprendizaje es que muy frecuentemente no sabemos que no sabemos. Y cuando ello sucede, simplemente cerramos la posibilidad del aprendizaje.

Declarar “No sé” es el primer eslabón del proceso de aprendizaje. Implica acceder a aquel umbral en el que, al menos, sé que no sé  y, por lo tanto, me abro al aprendizaje. Habiendo hecho esa primera declaración, puedo ahora declarar “Aprenderé” y, en consecuencia, crear un espacio en el que me será posible expandir mis posibilidades de acción en la vida.

Nuestra capacidad de abrirnos tempranamente al aprendizaje, a través de la declaración “No sé”, representa una de las fuerzas motrices más poderosas en el proceso de transformación personal y de creación de quienes somos.

La declaración de gratitud

Cuando niños nos enseñan a decir “Gracias” y a menudo miramos a esa enseñanza como un hábito de buena educación, una formalidad que facilita la convivencia con los demás. No siempre reconocemos lo que tiene esa pequeña declaración. Por supuesto podemos decir “Gracias” sin que ello signifique demasiado, aunque, insistimos, decirlo no es nunca insignificante. Pero podemos mirar la declaración de “Gracias” como una oportunidad de celebración de todo lo que la vida nos ha proveído y de reconocimiento a los demás por lo que hacen por nosotros y lo que significan en nuestras vidas.

En este contexto, no podemos dejar de reconocer el poder generativo de la acción que ejecutamos al decir “Gracias”. Cuando alguien cumple a plena satisfacción con aquello a que se ha comprometido con nosotros y le decimos “Gracias”, con ello no estamos sólo registrando tal cumplimiento, estamos también construyendo nuestra relación con dicha persona. No hacerlo puede socavar dicha relación.

No importa el tipo de relación de que se trate, sea ésta sentimental, de amistad o de trabajo, agradecer a quien cumple con nosotros o a quien hace suya nuestras inquietudes y actúa en consecuencia, siempre nos va a resultar generativo.

Pero no sólo las personas, la vida misma es motivo de gratitud y celebración por todo lo que nos provee. Decirle “Gracias” a la vida es un acto fundamental de regeneración de sentido, de reconciliación con nuestra existencia, pasado, presente y futuro.

La declaración de perdón

Cuando no cumplimos con aquello a que nos hemos comprometido o cuando nuestras acciones, sin que nos lo propusiéramos, hacen daño a otros, nos cabe asumir la responsabilidad por ello. La forma como normalmente lo hacemos es diciendo “Perdón”.

Antes de pronunciar esta palabra tenemos que tener en cuenta que cuando decimos “Te pido perdón”, la responsabilidad de la declaración depende de quien dice “Te perdono”. Sería importante poder decir “Perdón”, adquiriendo toda la responsabilidad por dicha declaración. La importancia de esto es que nos permite reconocer la eficacia del decir “Perdón” con independencia de la respuesta que se obtenga del otro.

Vamos a hacer referencia ahora a la declaración “Perdono”, “Te perdono” o “Los perdono”, estos son actos declarativos asociados al perdón. Y es aquí donde vamos a traer algunas distinciones con respecto al resentimiento.

Cuando alguien no cumple con lo que prometiera, muy posiblemente nos sentiremos afectados. Posiblemente, sentiremos que hemos sido víctimas de una injusticia. Y al pensar así, justificaremos nuestro resentimiento con el otro, sobre todo en la medida en que nosotros nos hemos colocado del lado del bien y hemos puesto al otro del lado del mal. Sin embargo, nuestro resentimiento, nos va a atar como esclavos, a ese otro. Nuestro resentimiento se va a carcomer nuestra paz, nuestro bienestar, va probablemente a terminar tiñendo el conjunto de nuestra vida. El resentimiento nos hace esclavos de quien culpamos y, por lo tanto, socava no sólo nuestra felicidad, sino también nuestra libertad como personas. Quien vive en el resentimiento, vive en esclavitud, una esclavitud del alma.

Perdonar no es un acto de gracia para quien nos hizo daño, aunque pueda también serlo. Perdonar es un acto declarativo de liberación personal. Al perdonar rompemos la cadena que nos ata al victimario y que nos mantiene como víctimas.

Otro acto declarativo asociado al perdón, es el perdonarse a uno mismo. Aquí asumimos tanto el papel de víctima, como el de victimario. El perdón a sí mismo tiene el mismo efecto liberador de que hablábamos anteriormente y hacerlo es una manifestación de amor a sí mismo y a la propia vida.

La declaración de reconocimiento

Muchas veces escuchamos frases como: “hice el trabajo pedido, me quedé después de hora y mi jefe no fue capaz de decirme una palabra…” o “estoy harta de cocinar dos horas todos los días para que luego devoren la comida en dos minutos mientras ven televisión, como si una estuviera pintada…”

¿Qué les inquieta a estas personas?

Explorando en ellas surge muy a la mano un gran dolor por sentirse ignoradas por aquellos a quienes intentaron servir.

¿Qué están demandando estas personas? Reconocimiento.

Cuando le decimos a alguien “te reconozco” estamos expresando que el hacer del otro nos trajo un beneficio con bienestar explicitando que nuestro estar hubiera sido diferente sin esa acción. Cuando reconocemos, estamos diciendo que lo hecho por esa persona, fue importante para nosotros.

Esta declaración apunta a hacer visible un apoyo que podría no habernos dado la otra parte.

La ausencia de esta declaración, da origen al resentimiento.

También es necesario hablar sobre el auto-reconocimiento o reconocimiento hacia nosotros mismos. Esta declaración implica dar lugar a hacernos dignos de un premio.

Pensemos que los premios llegan en momentos especiales. Sin embargo, muchos de nosotros no tenemos disponible la tendencia a premiar nuestros esfuerzos, nuestros logros y nuestras realizaciones.

Quizá el arte de vivir tenga que ver con transformar en especiales, las cuestiones más sencillas de la vida cotidiana.

La ausencia de la declaración de auto-reconocimiento da lugar a emocionalidades ligadas a la insatisfacción, como la frustración, la ansiedad y la angustia.

“Sean cuales sean las palabras que usamos, deberían ser usadas con cuidado porque la gente que las escucha será influenciada para bien o para mal.”
Buddha