Fostering Talent - Instituto de Desarrollo Personal y Profesional

Certificación Internacional

Liderazgo Auténtico

Módulo 6

Autoestima

Identidad e Identificación

Un dilema a resolver

Sólo cuando el usuario ha transformado su conciencia, las herramientas se convierten en medios idóneos para expresar su virtud.

El fenómeno de basar nuestra identidad identificándonos con nuestros rasgos externos

Una gran mayoría de personas estructura su autoimagen a través de identificaciones con objetos externos. 

Si usted le pide a alguien que se describa, verá que la otra persona le habla de su profesión, empresa, estado civil, edad, etc. Estas variables, que aparecen como la primera definición de quién cree ser uno, son “superficiales” (es decir, no esenciales). 

Sin embargo, se podría cambiar de profesión sin dejar de ser uno mismo; podría cambiar de empresa sin dejar de ser uno mismo; podría casarse (o divorciarse) sin dejar de ser uno mismo. Uno cambia su edad año tras año sin dejar de ser uno mismo. Pero cuando alguien le pregunta “¿Quién eres?”, sus respuestas se orientan inmediatamente hacia aquellas variables con las que se identifica.

Cuando tenemos una autoimagen congelada

¿Cómo caemos en la trampa de una autoimagen congelada?

De la misma manera en que caemos en la trampa de un hábito congelado o de un modelo mental congelado que nos da seguridad y la sensación de estabilidad.  

Cuando un patrón de comportamiento produce el resultado deseado, queremos conservarlo. Cuando la autoimagen que proyectamos nos da la posición anhelada en la sociedad, queremos preservarla, sin considerar que su estructura rígida se puede volver obsoleta e “inmoviliza“ nuestro proceso evolutivo. 

Brad Blanton expresa que: “En el curso de nuestro crecimiento comenzamos a pensar en nosotros mismos como personalidades constituidas por todas las lecciones que hemos aprendido”. “Nuestras lecciones, duramente aprendidas, tienen gran peso sobre nuestra idea acerca de quiénes somos. Empobrecemos nuestras vidas aferrándonos a esas lecciones aun después que ellas han perdido su utilidad.”

El apego a una imagen (rol) congelada frena las posibilidades de cambio

Aunque necesarias, cuando estas identificaciones se vuelven automáticas e inconscientes pueden acarrear serios problemas. Si uno se apega a cierta imagen fija de su persona, tendrá mucha dificultad para cambiar, cuando las circunstancias lo requieran. Esto genera no sólo dolor personal sino también costes organizacionales. 

Un ejemplo es el de la gente que se atrinchera en sus posiciones, discutiendo en forma improductiva sobre quién tiene razón. La discusión, en realidad, nunca es sobre los méritos de las ideas aportadas. La verdadera disputa es por ver quién gana (autoestima) y quién pierde. 

Ejemplo: Antes de la reunión, cada uno de los “contrincantes” piensa sobre el tema y asume una posición. Al juntar y depositar energía para organizar sus pensamientos y derivar conclusiones, “carga” a esa posición con energía vital; la persona se identifica con ella. Deja de ser “el pensador” y empieza a identificarse con “lo pensado”. La diferencia de nivel es tremendamente significativa. Como pensador, se puede cambiar de idea sin perder identidad: “Yo soy aquel que piensa; yo soy aquel que había pensado que ‘A’ era el mejor curso de acción, pero ahora soy aquel que piensa que el curso de acción ‘B’ es más efectivo”.

El apego a la jerarquía

Al identificarse con lo pensado, es necesario parapetarse tercamente para mantener la autoestima: “Yo soy ‘A’; si ‘A’ no triunfa como curso de acción elegido, yo soy un fracaso”. Obviamente, para este último sujeto, cualquier oposición será una declaración de guerra. Será imposible para él considerar en forma imparcial los pros y contras. Y de ninguna manera podrá comprometerse con una visión que no sea la suya. Si es jefe, será un autoritario que impone sus ideas y desalienta a su gente. Si es empleado, será un resentido y resignado que cumple sólo lo indispensable para conservar su trabajo. 

Así como se apega a sus ideas, también se apega a sus posiciones jerárquicas.

  • Si un ejecutivo se identifica con su cargo (“yo soy mi cargo”) y cree que su valía depende de cuántos subordinados tenga, será extremadamente reactivo ante la posibilidad de reorganizaciones o recortes de personal. 
  • Si un manager se identifica con su posición dominante (“yo soy quien da las órdenes”) y cree que su estima depende de ser obedecido sin discusión, será totalmente incapaz de entrenar a sus sucesores o hacer crecer a los empleados en un marco de liderazgo participativo. Si un trabajador se identifica con su papel (“yo soy quien controla este proceso”) y cree que su valor depende de hacer lo que hace, será sumamente reacio a toda reingeniería que implique modificar tal función.

Yo soy mi posición

Peter Senge argumenta que la causa principal de la ineficiencia en las organizaciones (y la barrera fundamental al enfoque sistémico del management), es el modelo mental que sostiene “yo soy mi posición”. 

La “discapacidad de aprendizaje” organizacional tiene consecuencias muy serias. 

Senge cita un estudio de Royal Dutch Shell en el cual se encontró que muy pocas corporaciones viven siquiera la mitad del tiempo de vida de una persona. Un tercio de las 500 empresas sobresalientes de 1970 según Fortune había desaparecido para 1983. Shell estimó que la vida promedio de las grandes compañías industriales es menor a cuarenta años. Por otro lado, algunas han durado con éxito doscientos y hasta más de trescientos años. La clave de esta supervivencia es una cultura flexible, donde no hay apego a la posición.

Perder imagen, un eterno sufrimiento

El filósofo norteamericano Ken Wilber reflexiona que “creemos que ‘perder imagen’ [pasando vergüenza] es como morir, lo cual es profundamente cierto: queremos ‘salvar la imagen’ porque tememos morir. No queremos perder la sensación de identidad [y autoestima]. Pero ese miedo primordial a perder [nuestra] imagen es, en realidad, la raíz de nuestra agonía más profunda. El intento de protegernos [para salvar nuestra personalidad pequeña, es en sí mismo el mecanismo del sufrimiento, el mismo mecanismo que termina escindiendo el universo en un interior (que debe ser defendido) versus un exterior (que amenaza siempre con destruirnos). Esta es la fractura atroz que experimentamos como sufrimiento”.

Las agresiones verbales atacan nuestra imagen

Las agresiones verbales también atacan nuestra imagen, nuestra auto-percepción, nuestro sentido de valía personal.  Nos pueden debilitar mucho si no aprendemos a manejarlas.

La estima personal: Prácticas para fortalecerla

Empecemos con el tema de las agresiones verbales que es muy significativa y Pregunte: 

¿Cuándo una agresión verbal ataca nuestra imagen, nuestra autopercepción? ¿Qué hacemos?

¿Defendernos? El problema de responder a una agresión verbal, de defendernos, de mostramos ofendidos hace suponer que puede haber algo de verdad en lo que la otra persona expresó.  

Ante una agresión verbal podemos experimentar una amplia gama de emociones, sin embargo, cuando sabemos que no somos nada de lo que la otra persona está diciendo, no sentimos necesidad de responder. Podemos molestarnos o asustarnos al inferir la intención hiriente del otro; pero en cuanto a su contenido, el insulto es inocuo. Tan inocuo como una flecha que intenta clavarse en el viento.  

¿Será que una reacción defensiva frente al insulto indica que la flecha encontró un blanco?

Si uno no puede desligarse de un adjetivo punzante, es porque en algún lugar de su conciencia cree que le resulta aplicable. 

El insulto “toca” cuando se cree que la opinión del otro se ajusta a la realidad, tanto la que uno percibe, como la que teme puedan percibir los demás. Tal vez uno no crea directamente que es aquello que le están diciendo que es (incompetente, necio, incapaz, etc.), pero le preocupa que otras personas que le importan pueden considerarlo cobarde si no responde al desafío. En forma indirecta, siente la flecha clavada.

Sólo es necesario defender aquello que uno cree que puede lesionarse.
Fred Kofman

Aquello que uno sabe invulnerable no requiere protección

Es fácil permanecer tranquilo en la certidumbre de que el insulto es una demostración de la falta de modales del otro y no una descripción de la verdadera naturaleza de uno. Al escuchar una agresión verbal desde la autoconsciencia, es posible mantener la misma serenidad con la que se oye ladrar a un perro o llorar a un niño exhausto. Cuando una persona sabe que no es lo que otra declara, no le hace falta tener disciplina, tragarse la ira, ni respirar hondo para calmarse. 

Uno no toma los ataques como un agravio personal, ya que lo que el otro está atacando es la imagen de nosotros que tiene en su mente, no a uno. El efecto de cualquier agresión verbal es psicológico, depende de la interpretación del que la recibe más que de la intención de quien la realiza. 

Cuando nuestra estima personal no está fortalecida lo que nos dicen, nos debilita más

Tomemos el siguiente ejemplo: en una reunión, podemos recibir comentarios tales como “el proyecto que presentas está mal orientado o está equivocado” o “está mal”. 

¿Cómo puede interpretar y traducir estas afirmaciones nuestro crítico interno? “Eres un tonto, ya que sólo los tontos se equivocan” o “eres un incompetente, ya que sólo los incompetentes hacen las cosas mal, ¿cómo creíste que aceptarían tu proyecto?”. 

Aun cuando el otro exprese sus opiniones responsablemente, una persona con frágil estima personal reinterpretará así las opiniones de otro: así, cuando el otro opine “No estoy de acuerdo con tu propuesta”, lo que esa persona oirá es: “No sabes lo que estás haciendo” o “Eres un incapaz”. O, si dicen “Creo que convendría buscar datos adicionales”, lo que interpretará es: “Tu trabajo de recolección de datos es pobre e insuficiente”, o: “Eres perezoso, y no has buscado todos los datos necesarios”. 

Ante una agresión verbal… ponte curioso.

Una agresión verbal es un dato que llega del contexto, pero su incidencia depende de cómo lo tomemos. Si uno tiene en claro quién es y sabe que la injuria no le atañe, no reacciona frente a afirmaciones tóxicas, tales como “eres un tonto”. Sólo sentirá curiosidad. 

Sabernos manejar ante la crítica y los insultos nos permite asumir responsabilidad por nuestras reacciones y adueñarnos de nuestras experiencias. 

Hay otro dicho norteamericano que recomienda “Don’t get mad; get even”; que significa: “No te enfades, ajusta cuentas”. Parafraseándolo, mi recomendación sería “Don’t get mad, get curious”; o sea: “No te enfades, haz preguntas”. Seamos curiosos acerca del otro, investigando su punto de vista, y seamos curiosos acerca de nosotros mismos, investigando la raíz de nuestras reacciones. 

Cuando nos damos cuenta de esto, no nos preocupamos sólo del gancho externo, sino que comenzamos a prestar también atención al interno; recordemos que para todo enganche se requieren dos ganchos.

La respuesta a la agresión verbal: una búsqueda profunda de quiénes somos

Este compromiso con la auto-investigación, con la búsqueda de la verdad profunda sobre sí mismo tiene consecuencias enormemente positivas. Al comprender quienes somos realmente, fundamos nuestra autoestima y nuestra paz interior sobre terreno firme. 

Si operamos desde la ilusión y la ignorancia, permanentemente estaremos tratando de construir nuestra auto-imagen sobre una ciénaga. Por más triunfos que obtengamos, las arenas movedizas terminarán tragándose todo. La única manera de experimentar seguridad en nosotros mismos es descubrir la verdadera naturaleza de nuestro ser.

“Empiezo cada día diciéndome que soy una influencia positiva para este mundo.”

Peter Daisyme
emprendedor tecnológico