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Módulo 5

Juicios y Hechos

El poder de las conversaciones

Cuando el hablar y el escuchar están interactuando juntos, estamos en presencia de una conversación. Cuando nos enfrentamos a un quiebre, generalmente recurrimos a lo que llamamos conversación de juicios personales. Esta conversación se limita a enjuiciar el quiebre pero no nos mueve todavía a hacernos cargo de él. Implica una forma de reaccionar (y,  por lo tanto, de actuar) que no nos mueve del quiebre, que nos mantiene en él. Y allí podríamos quedarnos de por vida, emitiendo uno y otro juicio y generando largas historias a partir de ellos. De proceder así, no generamos el tipo de acción capaz de restaurar la satisfacción y la transparencia perdida.

La  conversación  que  actúa  directamente  sobre  el  quiebre  es la  conversación para la coordinación de acciones. Allí generamos acciones futuras, su objetivo es lograr que algo pase, es intervenir en el estado actual de las cosas. Cuando entramos en ellas, procuramos cambiar aquello que produce el quiebre o hacernos cargo de sus consecuencias, estamos produciendo un vuelco en el curso normal de los acontecimientos. 

Una de las formas más efectivas de encarar los quiebres es pedir ayuda. En el mundo de hoy no es posible vivir en la completa autosuficiencia. Tenemos que aprender a pedir y aprender también que cuando pido pueden rehusar mi petición. Tenemos que saber distinguir entre lo que es el rehusar una petición, posibilidad que está siempre abierta cuando pedimos entre personas autónomas, y el rechazo personal.

Cuando no sea posible o conveniente trabar directamente una conversación para la coordinación de acciones, queda la opción de iniciar una conversación para coordinar acciones. Esta conversación se orienta hacia la acción de especular acerca de y explorar nuevas acciones posibles, nuevas posibilidades que nos lleven más allá de lo que en el momento logramos discurrir. Esta es una conversación dirigida hacia la expansión de nuestro horizonte de posibilidades. Esta es una conversación de “qué hacer” y no de “por qué ocurrió esto”.

Cuando juzgamos que no podemos sostener una determinada conversación con alguien, aún podemos tener una conversación acerca del hecho de que consideramos que no podemos tener esa conversación. Aún podemos sostener una conversación, no acerca del quiebre primitivo que está en juego, sino acerca del quiebre de no ser capaz de abrir o concluir la conversación  que,  a  nuestro juicio, deberíamos sostener. A esto le llamamos conversación para posibles conversaciones.

Es importante observar el estado de ánimo de nuestra conversación. Nuestras conversaciones generan el tejido en el que nuestras relaciones viven. Las conversaciones y las relaciones son una misma cosa. Si, por cualquier razón, la conversación se interrumpe o termina, la relación también se interrumpe o termina. Una buena relación no es una relación sin quiebres; es una relación que ha desarrollado la capacidad de emprender acciones que se ocupen de ellos en forma efectiva. 

Otro dominio de observación cuando examinamos una relación desde la perspectiva de sus conversaciones es provisto por la distinción entre las conversaciones públicas y las privadas. Decimos que una conversación es pública cuando la sostenemos con otra persona y la privada es aquella que nos reservamos. Desde esta perspectiva, una relación es buena si encuentra un equilibrio adecuado entre las conversaciones públicas y privadas. 

No nos relacionamos con nuestro entorno como si éste fuese una colección de entidades y acontecimientos separados. Puesto que nosotros, como individuos somos una historia acerca de quiénes somos, podríamos decir que los seres humanos son  historias dentro de historias, todas ellas producidas por nosotros mismos. Las historias funcionan como refugios para los seres humanos. Toda sociedad es albergada dentro de algunas estructuras fundamentales compuestas de narrativas. Las llamamos metanarrativas o metahistorias.

Es desde la actividad de inventar historias que desarrollamos una visión de futuro y, por lo tanto nos va a impulsar a emprender acciones para desafiar el presente. 

Deseamos, por lo tanto, enfatizar este aspecto de nuestras conversaciones: su capacidad de crear un mundo compartido en que cada parte vea a la otra como copartícipe de un futuro común. Las conversaciones pueden crear esto, cuando producen una cultura sana, juzgamos nuestras relaciones como cálidas. Estas nuevas estructuras han sido producidas por el lenguaje, en conversaciones.

“Con esto estamos diciendo que el lenguaje asume un papel generativo.”

Es desde la actividad de inventar historias que desarrollamos una visión de futuro y, por lo tanto nos va a impulsar a emprender acciones para desafiar el presente. 

Deseamos, por lo tanto, enfatizar este aspecto de nuestras conversaciones: su capacidad de crear un mundo compartido en que cada parte vea a la otra como copartícipe de un futuro común. Las conversaciones pueden crear esto, cuando producen una cultura sana, juzgamos nuestras relaciones como cálidas. Estas nuevas estructuras han sido producidas por el lenguaje, en conversaciones.

Una fábula budista sobre los juicios de opinión

El caballo que no había sido robado

Cuentan que hace mucho tiempo, en una recóndita región de Nepal, existió un anciano muy pobre. No tenía bienes materiales. Sin embargo, poseía un caballo tan hermoso, que era envidiado por todos.

Nobles y hasta emperadores le ofrecieron una suma inmensa por el caballo, pero él se negaba a venderlo.

– ¿Cómo voy a vender a mi caballo si siento que es parte de mi familia?- decía el anciano a modo de excusa.

Pasó el tiempo y un día, el caballo desapareció del establo. Los vecinos comenzaron a murmurar:

– ¡Viejo tonto! ¡Si hubiera vendido su caballo, no se lo hubieran robado!

– ¡Era una tentación! ¡Han tardado en robarle el caballo!

Las personas tenían muy claro que el animal había sido robado. Sin embargo, el anciano les decía:

– No vayáis tan lejos con vuestros pensamientos… Lo único evidente es que el caballo ya no está en el establo…

A los quinces días, el caballo regresó. No había sido robado, sino que se había escapado. Y además regresó acompañad por quince hermosas yeguas.

¡Cuánto nos gusta opinar! Nos encanta emitir juicios de valor, aunque no tengamos pruebas. Pensamos que tenemos la razón porque todo parece ‘muy evidente’, y después, nos damos cuenta de que estábamos equivocados:

– No valores sin conocer ni tener datos: cuando opinamos sobre un tema sin tener conocimientos, en realidad estamos dando una simple opinión que carece por supuesto de valor, al fin y al cabo. Muchas veces pensamos que tenemos la razón y solo lo creemos sin poder demostrar absolutamente nada de lo que decimos. En ese caso lo que podemos ofrecer son opiniones subjetivas, nunca razonamientos y juicios.

– Cuidado con opinar ‘por intuición’: es cierto que el sentido común es buen consejero y que la intuición es un sexto sentido que nos puede ayudar. Y sí, está el refrán ‘cuando el río suena, agua lleva’, que viene a decir que a veces lo evidente es lo certero. Pero no siempre. Puede que nuestros prejuicios nos engañen. Y nuestro sentido común. Y hasta la intuición. Porque muchas veces las apariencias engañan. Confirmemos siempre un dato antes de ofrecerlo como verdadero. Recuerda que a la mentira le encanta disfrazarse de verdad.

No somos un equipo porque trabajamos juntos. Somos un equipo porque respetamos, confiamos y nos preocupamos por el resto del equipo.
Vala Afshar