Formación EAR
Equipos de Alto Rendimiento
Módulo 3
Responsabilidad y Consciencia
Walt Disney
“Los resultados que obtiene un equipo están totalmente relacionados a la inteligencia emocional, la habilidad comunicacional, la capacidad de coordinar acciones y la facultad de lograr un aprendizaje continuo, que éste posea. Para la creación de resultados efectivos hacemos foco en las conversaciones, en la escucha efectiva, en distinciones fundamentales del lenguaje y cultura.”
Culturalmente tenemos mayor disposición al “agarrar”, es decir aferrarnos a nuestra Mirada Única, que al “soltar” y dar lugar a la Multimirada.
Aludimos a “soltar” como distinto de “perder” y nos referimos a “desaprender” como diferente de “olvidar conocimientos”.
Hablamos de soltar, tal vez, para vaciarnos de algunos presupuestos.
Primer principio: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.”
A primera vista, este pudiera parecer un principio inocente, sin mayores consecuencias. Sin embargo, basta mirarlo con algún detenimiento para comprobar que está cargado de dinamita. En efecto, si sostenemos que no podemos saber cómo las cosas son, ello implica que debemos abandonar toda pretensión de acceso a la verdad. Pues, ¿qué otra cosa es la verdad sino precisamente la pretensión de que «las cosas son» como decimos? Sostenemos que la verdad, en nuestro lenguaje ordinario, alude a un juicio que realizamos sobre una determinada proposición lingüística que le atribuye a ésta la capacidad de dar cuenta de «cómo las cosas son». Si examinamos el postulado que afirma nuestra capacidad de acceder al ser de las cosas y, por lo tanto, a la verdad, nos encontramos de inmediato con múltiples dificultades. Tomemos, a modo de ejemplo, algunas situaciones. Maturana ha argumentado convincentemente que los seres humanos no disponemos de mecanismos biológicos que nos permitan tener percepciones que correspondan a cómo las cosas son. Los sentidos, por lo tanto, no nos proporcionan una fiel representación de cómo las cosas son, independientemente del observador que las percibe. ¿Implica lo anterior negar lo que la filosofía ha llamado «el mundo exterior»? ¿Significa esto que debemos negar la existencia de un medio y de aquello que lo puebla? Obviamente, no. Negar que podamos conocer cómo las cosas son, no implica negar su existencia, sean ellas lo que sean. Se trata sólo de negar el que podamos conocerlas en lo que realmente «son», independientemente de quien las observa.
El cuestionamiento de la capacidad de los seres humanos de acceder a la verdad plantea, de inmediato, dos desplazamientos significativos. El primero de ellos implica que el centro de gravedad en materias de conocimiento se desplaza desde lo observado (el ser de las cosas) hacia el observador. El conocimiento revela tanto sobre lo observado como sobre quien lo observa. Perfectamente podríamos decir: dime lo que observas y te diré quién eres.
El segundo desplazamiento tiene que ver con los criterios de discernimiento entre interpretaciones contrapuestas una vez que hemos cuestionado nuestra capacidad de acceder a la verdad. Un primer aspecto que reconocer en esta dirección es que si aceptamos el postulado según el cual no podemos saber cómo son las cosas, ello significa que no podemos sostener que esto mismo que postulamos pueda ser considerado como verdad. Ello equivaldría, obviamente, a comenzar contradiciendo y, por lo tanto, invalidando el propio postulado que estamos haciendo. Por desgracia no hay recurso dialéctico que pueda resolvernos esta contradicción. Cabe entonces preguntarse: Si no podemos sustentar que este postulado es verdadero, ¿qué sentido tiene hacerlo?
Esta pregunta está estrechamente relacionada con otra: si, como decimos, no podemos postular la verdad, ¿significa que todo lo que digamos o sustentemos da lo mismo? ¿Significa acaso que todo está igualmente permitido? ¿Significa que cualquier proposición, cualquier interpretación, es equivalente a cualquier otra? En otras palabras, ¿es la verdad el único criterio de que disponemos para discernir entre proposiciones o interpretaciones diferentes? ¿Es la verdad el único juego disponible? O dicho incluso de otra forma, ¿cuál es el precio que debemos pagar si optamos por sacrificar el supuesto de que los seres humanos somos capaces de acceder a la verdad? ¿Qué perdemos? ¿Qué se gana?
El lenguaje, sostenemos, no es inocente. Toda proposición, toda interpretación, abre y cierra determinadas posibilidades en la vida, habilita o inhibe determinados cursos de acción. A esto nos referimos cuando hablamos del poder de distintas interpretaciones: a su capacidad de abrir o cerrar posibilidades de acción en la vida de los seres humanos. Este es el criterio más importante que podemos utilizar para optar por una u otra interpretación.
Lo dicho en esta sección, nos permite sostener que la interpretación que aquí llamamos la ontología del lenguaje puede abrir posibilidades de acción y de intervención que otras interpretaciones no pueden ofrecer. Considerando a los seres humanos como seres lingüísticos (y a partir de las sucesivas reinterpretaciones que hacemos a partir de este primer postulado), reivindicamos que abrimos posibilidades de intervención en la vida que están cerradas en otras interpretaciones.
Los seres humanos hemos estado demasiado tiempo en disputa sobre la verdad de nuestras interpretaciones. Lo único que está realmente en juego es el poder que resulta de estas interpretaciones, la capacidad de acción para transformarnos a nosotros mismos y al mundo en que vivimos. En su XI tesis sobre Feuerbach, Marx señalaba que los filósofos sólo se habían dedicado hasta entonces a interpretar el mundo, cuando lo que importa es transformarlo. La capacidad de transformación del mundo, replicamos, está asociada al poder de nuestras interpretaciones.
Este templo griego está hecho con 11 cerillos.
Cambia de sitio 2 cerillos, de manera que obtengas 10 cuadrados.
*respuestas en el cuaderno de trabajo
“No podemos dirigir el viento, pero si ajustar las velas.”
Proverbio Hindú
La libertad de elegir equivale a la obligación de justificar. El libre albedrío compele al ser humano a dar cuenta de su respuesta a las circunstancias. En inglés, la palabra accountability se refiere a este aspecto de la responsabilidad: la necesidad de rendir cuentas por el comportamiento. La moneda tiene dos caras: el poder de decisión de un lado, y la obligación de responder por esa decisión del otro. El miedo a esa responsabilidad es lo que impulsa a muchas personas a adoptar el papel de víctima. Al apropiarnos de nuestras acciones, debemos apropiarnos también de sus consecuencias. Al hacernos cargo de nosotros mismos, somos susceptibles de tener que dar explicaciones.
La irresponsabilidad generalizada y la sensación de ser víctima son consecuencia de creencias y supuestos inconscientes. Casi todos hemos sido sutilmente adoctrinados en esta doctrina. Por ende, casi todos creemos y actuamos de acuerdo con la teoría tradicional del comportamiento humano: la psicología del estímulo y reacción, teoría que niega el libre albedrío y la responsabilidad al afirmar que las personas y sus conductas son moldeadas exclusivamente por factores externos.
Por ejemplo, al preguntar a la gente por qué atiende el teléfono o detiene su automóvil, la mayoría responde que atiende el teléfono porque suena o que detiene su automóvil porque el semáforo se pone rojo. Esta explicación condiciona su comportamiento a un factor del entorno. No hay lugar en esta teoría para la elección consciente: la persona es un robot que responde a estímulos externos según reglas pre-programadas. Pero esto no puede ser correcto. Todos hemos tenido experiencias de no atender un teléfono que suena, o no detenernos ante una luz roja. La explicación debe incluir algo más.
Por supuesto, este “algo más” resulta incómodo, ya que nos saca del escondite y nos deja al descubierto. Cuando el teléfono suena en medio de una reunión y, encogiéndome de hombros, le digo a mi interlocutor: “Disculpe, tengo que tomar la llamada”, en rigor de verdad estoy mintiendo. No tengo que tomar ninguna llamada. Más bien elijo tomarla (en posible detrimento de la conversación que estoy sosteniendo). Es mucho más fácil echarle la culpa al teléfono que asumir responsabilidad por la interrupción. Es como si le dijera a mi interlocutor: “Si esto le molesta, moléstese con el teléfono; no conmigo. Yo no tengo nada que ver…”
Todo comportamiento se origina en la conciencia del ser humano (sus modelos mentales). Lo que ocurre fuera de esa conciencia no induce a la acción; simplemente la influye. Uno no responde al teléfono porque suena, ni detiene su automóvil porque se enciende la luz roja del semáforo, ni hace cualquier otra cosa a causa de lo que ocurre en su entorno. Uno elige hacer lo que hace como respuesta a la situación que percibe, elige actuar de la manera como lo hace, porque le parece que es la mejor posible (dadas las circunstancias) para perseguir sus intereses de acuerdo con sus valores. Los hechos externos no son estímulos, sino información.
Un acontecimiento exterior no es un estímulo que evoca una reacción condicionada, sino un dato que provee información. La información no determina que una persona haga nada, sólo le informa acerca de lo que está ocurriendo. Depende de la persona decidir de qué manera responder a esa información de acuerdo con sus objetivos y valores. Por lo tanto, uno responde al teléfono cuando oye que suena, porque quiere comunicarse con la persona que llama; uno frena cuando percibe que el semáforo pasa del verde al rojo, porque no quiere sufrir un accidente; uno hace lo que hace cuando recibe la información de su entorno, porque piensa que esa es la manera más eficiente para alcanzar sus objetivos dentro del marco de sus valores.
Cuando contesto el teléfono en medio de una reunión, mi declaración verdadera sería: “Entiendo que atender esta llamada implica interrumpir nuestro diálogo, pero prefiero hacerlo, ya que me interesa más averiguar quién está llamando que mantener el flujo de la conversación”. Esto suena mucho menos “gentil” que disculparse por tener necesidad de atender el teléfono. Pero la gentileza aparente que viene aparejada con la irresponsabilidad no es más que hipocresía. La verdad es que me interesa más contestar el teléfono que continuar la conversación; por eso elijo hacerlo.
Esta conciencia y capacidad de elección es la esencia de la responsabilidad, la dignidad, la libertad y la humanidad incondicional. Independientemente de la naturaleza de sus circunstancias, el ser humano puede prestar atención, darse cuenta y elegir cómo responder.
El criterio que distingue asumir la posición de víctima o de protagonista es que mientras que la víctima se concentra en las variables exógenas (las circunstancias fuera de su control), el protagonista se concentra en las endógenas (las acciones que puede emprender para responder a las circunstancias). Mientras que la víctima se ve como ente pasivo sobre el que actúan las fuerzas de la fatalidad, el protagonista se ve como ente activo, capaz de forjar su destino.
Para tomar un ejemplo más cotidiano, recuerde alguna ocasión en la que alguien llegó tarde a una reunión. Si se le pregunta qué le sucedió, lo más posible es que responda algo así como “¡No puedes imaginarte lo pesado que estaba el tráfico! ¡Esta ciudad se está poniendo imposible!” ¿Cuál es la variable explicativa?: “el tráfico”. ¿Quién tiene la culpa?: “la ciudad”. ¿Quién es el que debe cambiar de conducta para que la persona llegue a tiempo?: “los otros conductores que ocupan las calles”. Esta explicación es “verdadera”; es cierto que si no hubiera habido tráfico la persona hubiera llegado a tiempo. Pero también es debilitante, a menos que los demás (sobre los que el individuo no tiene ninguna influencia) modifiquen su comportamiento, seguirá llegando tarde.
Así como el primer paso del aprendizaje es la declaración de insatisfacción e ignorancia, el segundo paso es la asunción de responsabilidad frente a las circunstancias. No se trata de negar las condiciones externas que uno enfrenta, sino de enfocarse proactivamente (como dice Stephen Covey en Los siete hábitos de la gente altamente efectiva5) en aquellos factores en que se puede influir. Quien se imagina la vida como una partida de naipes, obviamente no puede elegir las cartas que le tocarán. Tal cosa queda a cargo del destino y el azar. Pero igualmente obvio es que es uno el que elige cómo jugar esa mano. Enfocarse en el reparto de cartas genera una sensación de impotencia; enfocarse en las decisiones del juego genera una sensación de poder. El precio del poder es la responsabilidad.
El cuento de la víctima y el del protagonista son justamente eso: cuentos. Cualquier situación puede ser presentada desde ambos puntos de vista. La decisión más importante del ser humano es, tal vez, la de elegir cómo contar la historia de su vida. El libre albedrío no implica que el universo deba ajustarse a nuestros deseos. El libre albedrío es la posibilidad de la conciencia de tomar la realidad como materia prima de una obra de arte vital, en vez de asumirla como una camisa de fuerza.
Accionamos cuando nos sentimos “entre la espada y la pared”. Desde esta tendencia nuestras posibilidades de reflexionar y ampliar el rango de percepción son bastantes escasas.
Aquí, casi siempre nos movemos en la urgencia y tenemos dificultades para discriminar qué es lo más relevante para nosotros en cada ocasión.
Es la tendencia que nos posibilita “para la pelota y mirar antes de hacer un pase”. Nos damos la chance de disponer de un espacio de tiempo en el cual mirar las consecuencias de nuestro hacer.
Decimos que la responsabilidad es la habilidad de dar respuestas. Esta aptitud incluye hacer preguntas, conversar, proponer otras alternativas, contestar más tarde y otras opciones que abren la oportunidad de operar en función de lo importante y no de lo urgente.
Es la tendencia que incluye todo lo dicho en el accionar responsable con el aditamento de una clara conciencia de poder anticipar situaciones.
Nuestra interpretación del accionar con diseño es una concepción de la vida como una obra de arte que creamos a diario y que nos permite visionar un futuro que integre sueños, acciones y pasiones.
Los relatos que realizamos para describir nuestras insatisfacciones o problemas sin hacernos cargo de la posibilidad de intervenir son simplemente eso: relatos.
Distinguimos TOMA DE POSICIÓN como una declaración pública o privada en la que explicitamos nuestro querer intervenir en un relato en el que moramos.
La toma de posición constituye una acción trascendente: una persona escucha que le ha llegado su Kairós, el tiempo de plantearse algunas cosas, hacerse cargo de sí mismo y explorar.
El desafío en el Coaching Ontológico es mostrar que las acciones y resultados que tenemos disponibles en la vida, están directamente relacionados con el rango de percepción (y por lo tanto de explicaciones) que tenemos disponible y que la contribución que podemos realizar desde esta disciplina emergente es posibilitarle al aprendiz explorar otros modos de percepción que lo habiliten a nuevas reflexiones o acciones más efectivas con resultados más satisfactorios para el/ella.
La observación primaria que hacemos los seres humanos en la experiencia del vivir es la operación lingüística de distinguir, que consiste en diferenciar figura de fondo. Ante cualquier estímulo que recibimos buscamos distinguir, es decir, darle sentido a lo que percibimos. Para resultar ilustrativo, el siguiente ejemplo nos puede clarificar este postulado: “Si una noche despejada estamos solos mirando al cielo, probablemente la mayoría de nosotros distinguiría tan solo estrellas. Si fuéramos al día siguiente a mirar el cielo con un astrónomo, en una noche similar, este podría mostrarnos un cielo que la noche anterior no habíamos visto. El es capaz de distinguir cometas, planetas y otros cuerpos porque tiene distinciones o conocimientos que nosotros no poseemos. De esta manera percibiríamos de otra manera el cielo al día siguiente. Si fuéramos una tercera noche a mirar un cielo despejado y esta vez lo hiciéramos con un astrólogo, nos mostraría un cielo totalmente diferente al de las noches anteriores, podríamos ver constelaciones como Tauro, Escorpio, Géminis, que antes simplemente no veíamos. El astrólogo con sus distinciones puede generar cartas natales, revoluciones solares y otras acciones que para quien no puede percibir las constelaciones, no puede generar.”
Es decir, el Lenguaje nos permite acceder a mundos (o cielos) que no estaban disponibles antes de una conversación y que nos van a proporcionar nuevas posibilidades de acción e intervención. En el ejemplo anterior el poder conversar con este astrólogo nos permite que percibamos otro cielo y tengamos disponibles otras acciones. Claro que el lenguaje también nos sirve para etiquetar o describir, pero lo que decimos es que el lenguaje es mucho más que eso.
Comenzamos a ver la estrecha relación entre el lenguaje, el entorno en el cual percibimos y las posibilidades de coordinar acciones. “A mayor capacidad de distinguir, mayor posibilidad de percibir.”
Una preocupación permanente de la ciencia y de nuestro sentido común vigente es la búsqueda de la Objetividad.
Pretender ser objetivos es asumir que existe un dominio de existencia independientemente de quién observa. A esta certeza la llamamos Mirada Única. Por lo tanto, la mirada única nos restringe dramáticamente lo que podemos hacer en la vida. No podemos negar que los seres humanos vemos objetos, pero nos olvidamos de que quienes los vemos somos nosotros. Es decir que aquello que nosotros no podemos ver, para nosotros ¿no existe?
La objetividad entre paréntesis involucra lo que Maturana llama el Multiuniverso lo que implica que la existencia es constitutivamente dependiente del observador y que hay tantos dominios de verdades como dominios de existencia traigan él o ella en sus distinciones. En este sentido y desde el Coaching Ontológico, podemos mostrar las nuevas posibilidades que se revelan para una persona al desplazarse de una Mirada Única que hasta ese instante constituye su “universo” a la experiencia de la Multimirada o los múltiples mundos interpretativos que puede tener disponible si lo desea, comprendiendo que la opción del multiuniverso surge siempre y cuando acepte que la existencia es constitutivamente dependiente de su modo de mirar y que hay tantos dominios de verdades como dominios de existencia traiga en sus distinciones con las cuales aborda la praxis del vivir.
Como comentamos al inicio de este texto, vamos a mostrar un modelo que nos permita nuevas acciones posibilitantes. Anteriormente mostramos que a los seres humanos no nos es posible tener dos percepciones simultáneamente. Mientras nos focalizamos en una percepción disponemos de determinadas acciones congruentes con esa mirada y no de otras. En consecuencia, tendremos resultados congruentes con esas acciones. Nuestros resultados están íntimamente relacionados con las acciones que realizamos y como mostramos anteriormente nuestras acciones dependen de la percepción que disponemos a cada momento.
Desde este postulado cuando nos detenemos a analizar los resultados que no estamos logrando en nuestra vida, podemos analizar que las acciones que hemos intentado no han logrado su cometido. Probamos distintas acciones y cuando creemos que estamos por buen camino, volvemos a los mismos resultados. Este espiral resulta desgastante para muchos de nosotros. Hay quienes abandonamos nuestra búsqueda y caemos en la resignación, otros buscamos nuevas acciones y otros hacemos lo mismo, creyendo que hacemos otra cosa. El hecho es, que como estamos viendo la realidad, no logramos los resultados. Un viejo refrán dice “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.
Siguiendo este modelo si logramos una amplitud de percepción podemos disponer de nuevas acciones, que no teníamos disponibles desde la mirada única y por lo tanto arribaremos a resultados diferentes.
Generalmente cuando alcanzamos un determinado resultado, tendemos a medirlo con la vara del bueno/malo, mejor/peor, etc. Cuando ese resultado está por debajo de esa vara (malo – peor) sentimos emociones como frustración, rabia, bronca, etc.
El corolario de dicha impotencia, a partir de confundir nuestros diagnósticos con La Verdad, es quedarnos apresados en la cárcel de nuestra propia percepción.
Los diagnósticos no les pertenecen a los resultados en sí, sino que nos pertenecen a nosotros, que somos los que diagnosticamos, opinamos o interpretamos.
A esta altura podemos distinguir la importancia de este territorio de observación, la percepción.
Cuando percibimos, rayamos la cancha en la que vamos a jugar nuestra vida y determinamos las reglas del juego.
Creemos que la clave para lograr resultados más satisfactorios en este tiempo, es aprender a revisar las maneras de percibir y de interpretar los resultados obtenidos, que van dando lugar a acciones, herramientas y soluciones nuevas antes impensadas. Resulta por lo tanto una llave maestra para manejar el impacto que sentimos al conocer ciertos resultados inesperados y abrir puertas hacia opciones que antes no existían para nosotros.
Nuestra propuesta es adquirir la disposición de reconocer nuestra ignorancia y declararnos aprendices, con el fin de comenzar a observar con una multimirada, que seguramente nos llevará a otros y mejores resultados.
Para ello necesitamos desaprender algunos hábitos y darles lugar a otros que llamaremos más generativos.
Los seres humanos siempre interpretamos de alguna manera lo que percibimos. El punto de partida es el recorte que hacemos al percibir; el marcado de la cancha. Luego de esto aparece la interpretación que hacemos de lo que percibimos. Con respecto a esto hablamos al principio de este escrito; ahora nos vamos a centrar en las interpretaciones y en cómo reconocerlas.
Desde el sentido común vigente, “las cosas nos pasan”. Somos ciegos a las interpretaciones que damos a los resultados y al sesgo decisivo que ellas tienen en lo que luego hacemos.
Desde el sentido común emergente, nosotros vamos construyendo el acontecer al percibir e interpretar de un modo u otro; este proceso además vive y convive con un contexto en el que se dan diversas otras contingencias.
Pasemos entonces a distinguir entre interpretaciones generativas y adormecedoras.
Serán generativas cuando observemos que nos habilita a una mayor gama de posibilidades de accionar en forma efectiva que si lo hiciéramos desde otra interpretación.
Las interpretaciones adormecedoras son aquellas que nos apaciguan, que nos duermen, que nos relajan en un ser inmutable y nos dejan con muy poca capacidad de acción. Por ejemplo: “yo soy así…”.
Siempre que hablemos de interpretaciones generativas estamos hablando, a su vez, de alguien que interpreta en un contexto determinado.
“Ninguno de nosotros es tan bueno como todos nosotros juntos.”