El primer paso para adueñarse de las emociones es tener el suficiente “espacio mental”. Es necesario permitir que las emociones se expandan en toda su amplitud, pero sin hacerse daño o hacer daño a otros. Esto requiere ampliar la conciencia para contener las emociones sin reprimirlas o explotar.
La conciencia es el espacio en el que ocurre todo darse cuenta, todo percatarse de algún aspecto de la realidad (externa e interna). Esta capacidad de experimentar y responder al entorno y a la propia condición interior es una herramienta básica para la supervivencia y para practicar un Liderazgo Auténtico y Feliz.
La conciencia puede ser más o menos nítida, sutil, sensible, delicada, impresionable, clara. Cuanto más indefinida sea su conciencia, menos alerta estará uno, y mayor será la probabilidad de vivir una vida mecánica, gobernada por impulsos inconscientes y respuestas automáticas. Cuanto menos consciente sea, menor capacidad tendrá para percibir las situaciones y elegir respuestas.
La particularidad del ser humano es que, en él, la conciencia se vuelve auto-consciente; vale decir, consciente de sí misma. El ser humano no sólo puede prestar atención y percatarse de su situación interna y externa, sino que, gracias a su capacidad lingüística, puede desdoblar su conciencia y usarla para auto observarse, y auto dirigirse.
El ser humano tiene capacidad de aumentar la intensidad de su conciencia según su voluntad. Como un escenario que puede ser iluminado de manera más o menos resplandeciente, la conciencia y la auto-conciencia acontecen a lo largo de un continuo. Uno puede estar más o menos consciente, más o menos atento.
La conciencia es la materia prima de la libertad y la responsabilidad. Y la auto-conciencia es la materia prima de la libertad interior, que incluye el manejo de las emociones. Para percatarse de los sentimientos, es necesario des-apegarse de ellos y adoptar un punto de vista más alejado, o sea mirarlos en perspectiva.
Por ejemplo, al notar que un miembro del equipo se mantiene sentado, con los brazos cruzados, silencioso y apartado de la mesa de reuniones, un líder alerta podría constatar con él: “Pablo, te veo silencioso, de brazos cruzados y sentado lejos de la mesa. Me pregunto si hay algo que te tiene preocupado o distraído”. O viendo que un integrante del equipo se acerca con la mano sobre la cabeza, y cara contraída, podemos preguntarle: “Veo que durante la reunión y ahora mismo te llevas la mano a la frente, esto me hace pensar que puedes estar preocupado por lo que se ha acordado, ¿te resultaría útil conversar?
La clave para hacer inferencias acertadas, estriba en ser capaz de ponerse en el lugar del otro.