Negocios Conscientes
Módulo 7
Consciencia Plena
El mercado es un mecanismo que orienta el interés propio hacia la satisfacción del interés ajeno; una alquimia que transforma la pequeñez en grandeza, y el egoísmo en servicio.
Hay quienes ven al sistema de mercado como un enemigo. Pero el mercado es un instrumento valioso para el desarrollo humano. Todo acto de comercio es un acto de servicio mutuo. Aun cuando pueda estar motivado por el interés personal, el sistema de mercado encauza esa energía “egoísta” hacia la asistencia a los demás.
También hay quienes pasan su vida combatiendo y despreciando al egoísmo. Pero el ego no es el enemigo. Por el contrario, el ego es la función ejecutiva de la conciencia; es el que lleva a cabo los proyectos del alma en el mundo.
El problema aparece cuando el ego deja de ser un colaborador (antiguamente empleado) y se convierte en el dueño del negocio. Diseñado para funciones operativas, el ego no tiene capacidad para el planeamiento estratégico ni el liderazgo visionario. Esas son funciones del espíritu. No es necesario “suprimir” al ego, simplemente hace falta colocarlo en la función donde puede hacer su mayor contribución. No hay lucha, solamente un restablecimiento de la jerarquía de la conciencia; una reingeniería del proceso espiritual.
No es que el egoísmo sea negativo: su pecado es ser miope. Perdido en la ilusión de la separatividad (“Yo soy una montaña que no depende de la corteza terrestre”, “Yo soy una ola que no depende del agua”), el ego no se anima a aspirar lo suficiente, ni siquiera intuye la posibilidad magnífica que se halla a su alcance.
Por eso, para trascender sus limitaciones, necesita la guía del alma. El último deseo del ego es ser absoluta e incondicionalmente libre, experimentar la dicha perpetua del amor infinito, sentir la plenitud desbordante de la vida. Ese es el “egoísmo” más profundo, el “egoísmo” trascendente.
Por eso, el objetivo es ser tan egoísta, que el ego acepte subordinarse al alma y el alma al espíritu. Entonces y, sólo entonces, el espíritu puede “liderar” al alma y al ego para hacer realidad su visión infinitamente amorosa y no-dual. Entonces y, sólo entonces, el ego se convierte en un vehículo de manifestación de la conciencia en el mundo.
El sendero espiritual no termina con la desconexión… Quien alcanza el pináculo de la iluminación “entra en el mercado con manos serviciales”. El ser iluminado se sumerge en el mundo con una “amplia sonrisa” para compartir su iluminación y guiar a los “posaderos y pescadores en el camino de la verdad”. Para eso no necesita alardear de poderes místicos, le basta ser quien es para hacer florecer los corazones marchitos de quienes entran en contacto con él.
Tal vez esta iluminación (despertar posible para todo ser humano), es lo que Antonio Machado llamó “Milagro de la primavera”.
¿Qué empresario no aspira a ser “otro milagro de la primavera”? ¿Quién no siente la pasión por hacer de este mundo un lugar mejor?
Todo aquel que haya probado la satisfacción por haber logrado sus deseos pequeños, sabe que hay una sed que los trasciende, una felicidad elusiva que no se alcanza mediante objeto alguno. Esa felicidad es el verdadero objetivo, aquel para el cual todo se constituye en un medio. Y esa felicidad requiere trascender e integrar las pequeñas preocupaciones del ego en la ambición del espíritu.
No hay razón para separar la humanidad de la efectividad en los negocios. Lo que importa es preguntarse: “¿ser efectivo para qué?” La efectividad es una medida que depende del objetivo; sin meditar sobre dicho objetivo no tiene ningún sentido preguntarse si uno está siendo efectivo.
Lamentablemente, la mayoría de las personas operan en forma irreflexiva, inconsciente, sin haber considerado nunca de manera profunda cuáles son sus aspiraciones. Pero aquellos que lo han hecho confirman una y otra vez esta lista: felicidad, plenitud, libertad, paz y amor.
Entonces, la efectividad trascendente sólo puede medirse en base a la consecución de esos objetivos. Aunque parezca una verdad perogrullesca, no está de más recordar que el éxito, el dinero, los logros y los objetos (sean materiales, emocionales, intelectuales o incluso espirituales) son medios, no valores fundamentales.
La única fuente de satisfacción profunda reside en la capacidad para experimentar con absoluta conciencia los estados esenciales de felicidad, plenitud, libertad, amor y paz.
Pasamos más del 50% de nuestros días dedicados al trabajo.
El hombre moderno pasa la mayor parte del día en el trabajo. Si a las veinticuatro horas les restamos ocho de sueño (¿queda alguien que pueda dormir ocho horas en esta sociedad frenética?), quedan dieciséis. A esas dieciséis quitémosles dos para aseo y comida. De las catorce, por lo menos nueve o diez se dedican al trabajo (y otras dos a ir y venir de él). Aun sin contar el tiempo en que uno sigue “enchufado” fuera de la oficina (teléfonos, celulares, pagers, e-mails, Internet, cenas de negocios, recepciones, viajes, tarea para el hogar, etc.), podríamos decir que uno pasa trabajando más del 75% del tiempo que está despierto (durante los días laborales). Considerando una semana de 5 días hábiles (¿pero qué manager no se da una vuelta por la oficina los sábados?), la proporción de tiempo dedicada al trabajo excede el 50%. Uno ocupa más tiempo en su trabajo que en ninguna otra actividad o que en la suma de todas las demás actividades que realiza despierto.
Si nuestro tiempo de trabajo lo consideramos como “tiempo perdido”, “tiempo muerto” o “tiempo de inconciencia”, la gran mayoría de nuestra vida queda “perdida”, “muerta” e “inconsciente”.
Si la actividad profesional se desenvuelve en un marco de egoísmo y pusilanimidad (pusilánime significa “de alma pequeña”), la vida se vuelve mezquina, sin grandeza. Por eso es tan fundamental ir más allá del management como actividad meramente productiva, y reconocerlo como una actividad esencial de la conciencia, como un gesto de magnanimidad humana.
El mundo del trabajo es el tablero donde la plenitud y la miseria juegan su partida. Son piezas blancas contra negras y uno tiene que elegir de qué lado está.
El trabajo es un campo de posibilidades, igual que un campo de fútbol. Como cualquier área de la vida, el mercado es un escenario en el que cada ser humano despliega su conciencia. Cuando dicho despliegue está orientado hacia los valores últimos, el trabajo se vuelve una obra de arte, una obra de amor y libertad. Cuando ese despliegue está regido por vicios o inconciencia, el trabajo es un infierno, un pantano de sufrimiento y esclavitud.
Los conceptos, las prácticas y la filosofía de todo lo que hemos venido trabajando, reflexionando y aprendiendo no alcanzan para definir cómo las personas usarán las herramientas. Aunque tienen mecanismos de seguridad internos, estos no son infalibles. No hay sustituto para la conciencia, no hay manera de suplantar un corazón virtuoso por una técnica afinada. Ningún libro puede reemplazar el compromiso firme con una práctica de vida.