Liderazgo Auténtico
Módulo 7
Humildad Ontológica
Fredy Kofman
La empresa consciente
*Tómate unos minutos para reflexionar.
La humildad ontológica significa que nuestras percepciones, creencias, opiniones forman parte de nuestro SER.
Este valor tiene relación con manejar de manera efectiva situaciones en las cuales las personas involucradas están en desacuerdo sobre resultados y procesos.
La respuesta parece estar en poder desarrollar la capacidad de crear confianza, comprensión mutua y alineación frente a posiciones que sustentan perspectivas diferentes y APRENDER A CONVERTIRSE EN UNA PERSONA ABIERTA A APRENDER.
Humildad no es empequeñecerse ante las situaciones, ni tampoco engrandecerse. Humildad ontológica es estar comprometido con el crecimiento, desarrollo y transformación propia. Saber soltar y diseñar nuevos espacios para habitar.
“No vemos las cosas tal como son.
Las vemos tal como somos.”
Primer principio: “No sabemos cómo las cosas son. Sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.”
A primera vista, este pudiera parecer un principio inocente, sin mayores consecuencias. Sin embargo, basta mirarlo con algún detenimiento para comprobar que está cargado de dinamita. En efecto, si sostenemos que no podemos saber cómo las cosas son, ello implica que debemos abandonar toda pretensión de acceso a la verdad. Pues, ¿qué otra cosa es la verdad sino precisamente la pretensión de que «las cosas son» como decimos? Sostenemos que la verdad, en nuestro lenguaje ordinario, alude a un juicio que realizamos sobre una determinada proposición lingüística que le atribuye a ésta la capacidad de dar cuenta de «cómo las cosas son». Si examinamos el postulado que afirma nuestra capacidad de acceder al ser de las cosas y, por lo tanto, a la verdad, nos encontramos de inmediato con múltiples dificultades. Tomemos, a modo de ejemplo, algunas situaciones. Maturana ha argumentado convincentemente que los seres humanos no disponemos de mecanismos biológicos que nos permitan tener percepciones que correspondan a cómo las cosas son. Los sentidos, por lo tanto, no nos proporcionan una fiel representación de cómo las cosas son, independientemente del observador que las percibe. ¿Implica lo anterior negar lo que la filosofía ha llamado «el mundo exterior»? ¿Significa esto que debemos negar la existencia de un medio y de aquello que lo puebla? Obviamente, no. Negar que podamos conocer cómo las cosas son, no implica negar su existencia, sean ellas lo que sean. Se trata sólo de negar el que podamos conocerlas en lo que realmente «son», independientemente de quien las observa.
El cuestionamiento de la capacidad de los seres humanos de acceder a la verdad plantea, de inmediato, dos desplazamientos significativos. El primero de ellos implica que el centro de gravedad en materias de conocimiento se desplaza desde lo observado (el ser de las cosas) hacia el observador. El conocimiento revela tanto sobre lo observado como sobre quien lo observa. Perfectamente podríamos decir: dime lo que observas y te diré quién eres.
El segundo desplazamiento tiene que ver con los criterios de discernimiento entre interpretaciones contrapuestas una vez que hemos cuestionado nuestra capacidad de acceder a la verdad. Un primer aspecto que reconocer en esta dirección es que si aceptamos el postulado según el cual no podemos saber cómo son las cosas, ello significa que no podemos sostener que esto mismo que postulamos pueda ser considerado como verdad. Ello equivaldría, obviamente, a comenzar contradiciendo y, por lo tanto, invalidando el propio postulado que estamos haciendo. Por desgracia no hay recurso dialéctico que pueda resolvernos esta contradicción. Cabe entonces preguntarse: Si no podemos sustentar que este postulado es verdadero, ¿qué sentido tiene hacerlo?
Esta pregunta está estrechamente relacionada con otra: si, como decimos, no podemos postular la verdad, ¿significa que todo lo que digamos o sustentemos da lo mismo? ¿Significa acaso que todo está igualmente permitido? ¿Significa que cualquier proposición, cualquier interpretación, es equivalente a cualquier otra? En otras palabras, ¿es la verdad el único criterio de que disponemos para discernir entre proposiciones o interpretaciones diferentes? ¿Es la verdad el único juego disponible? O dicho incluso de otra forma, ¿cuál es el precio que debemos pagar si optamos por sacrificar el supuesto de que los seres humanos somos capaces de acceder a la verdad? ¿Qué perdemos? ¿Qué se gana?
El lenguaje, sostenemos, no es inocente. Toda proposición, toda interpretación, abre y cierra determinadas posibilidades en la vida, habilita o inhibe determinados cursos de acción. A esto nos referimos cuando hablamos del poder de distintas interpretaciones: a su capacidad de abrir o cerrar posibilidades de acción en la vida de los seres humanos. Este es el criterio más importante que podemos utilizar para optar por una u otra interpretación.
Lo dicho en esta sección, nos permite sostener que la interpretación que aquí llamamos la ontología del lenguaje puede abrir posibilidades de acción y de intervención que otras interpretaciones no pueden ofrecer. Considerando a los seres humanos como seres lingüísticos (y a partir de las sucesivas reinterpretaciones que hacemos a partir de este primer postulado), reivindicamos que abrimos posibilidades de intervención en la vida que están cerradas en otras interpretaciones.
Los seres humanos hemos estado demasiado tiempo en disputa sobre la verdad de nuestras interpretaciones. Lo único que está realmente en juego es el poder que resulta de estas interpretaciones, la capacidad de acción para transformarnos a nosotros mismos y al mundo en que vivimos. En su XI tesis sobre Feuerbach, Marx señalaba que los filósofos sólo se habían dedicado hasta entonces a interpretar el mundo, cuando lo que importa es transformarlo. La capacidad de transformación del mundo, replicamos, está asociada al poder de nuestras interpretaciones.
“Las personas ven el mundo de diversas maneras. El modo en que actuamos frente a esas diferencias nos define como ‘controladores’ o ‘aprendices’. Los controladores proclaman que saben cómo son las cosas, cómo deben ser y qué debe hacerse. Dan muchas órdenes y formulan pocas preguntas. Los aprendices son curiosos y humildes, tienen menos certezas acerca de la interpretación de los hechos, y de lo que debe hacerse al respecto. Son más inquisitivos que directivos. Suelen tomar en cuenta los puntos de vista de los demás en lugar de imponer los propios.
En tiempos de cambio, los aprendices heredarán la Tierra, mientras aquellos que sigan apegados a sus antiguas certezas se encontrarán bellamente equipados para tratar con un mundo que ya no existe.”
Los controladores fundan su auto-estima en tener la razón, o al menos en convencer a otros de que la tienen. Manejan las situaciones imponiendo sus opiniones a los demás y proclamando que esas opiniones son “la verdad”. Se sienten satisfechos cuando eliminan todos los puntos de vista opuestos a los suyos y logran que todos estén de acuerdo con ellos. Creen que ven las cosas como son y que aquellos que las ven de otra manera están equivocados.
Los aprendices fundan su auto-estima en tener una actitud abierta, e invitan a todos a compartir sus puntos de vista. Tratan de manejar las situaciones logrando consensos. Exponen tranquilamente sus opiniones, a las que consideran evaluaciones razonables, e invitan a los otros a presentar sus distintas opiniones con la intención de promover el mutuo aprendizaje. Saben que tienen su propia percepción de las cosas y que su punto de vista es sólo una parte de un panorama más amplio.
Jean Piaget, el psicólogo suizo que teorizó sobre el desarrollo cognitivo, realizó un experimento revelador. Se reunió con un conjunto de niños y le entregó a cada uno de ellos un bloque de madera que podían examinar. El bloque tenía un lado pintado de verde y otro pintado de rojo. Sentado cara a cara con el niño, Piaget sostenía el bloque entre ambos. Él veía el lado rojo y el niño el lado verde. Le preguntó entonces al niño qué color veía. La respuesta siempre fue correcta: “verde”. Luego hacía una aguda pregunta: ¿Qué color crees que veo yo?
La mayoría de los niños de menos de cinco años respondían: “verde”. No eran capaces de comprender que la persona que estaba al otro lado de la mesa pudiera ver algo diferente. Los niños mayores daban la respuesta correcta. Comprendían que mientras ellos veían el lado verde, el investigador veía el rojo. Estos niños demostraron que habían desarrollado sentido de la perspectiva, la habilidad para considerar una situación desde el punto de vista del otro.
Después de trabajar como consultor durante quince años, debo informar con tristeza que muchos ejecutivos no aprendieron esta lección básica. Nunca cuestionan la validez absoluta de su propio punto de vista. Suponen que si piensan que el informe es un desastre, ese informe debe ser un desastre. Ven el consabido lado verde del bloque y dan por sentado que los que están del otro lado también deben verlo verde. A menudo, estos ejecutivos tienen más de cuarenta y cinco años, pero se comportan como si tuvieran cuarenta años de experiencia en ser niños de cinco años. Su desarrollo se ha detenido a causa de su arrogancia ontológica.
Michelle, mi hija de cinco años, dice que no le gusta el brócoli porque es asqueroso. En realidad, ocurre lo contrario. Michelle dice que el brócoli es “asqueroso” porque a ella no le gusta. Por supuesto, ella no lo ve de esa manera. Cree que todas las personas a quienes les gusta comer brócoli no tienen sentido del gusto: un caso típico de arrogancia ontológica. La ontología es la rama de la filosofía que estudia la naturaleza de la realidad. La arrogancia ontológica es la creencia de que la propia perspectiva es la privilegiada, de que la suya es la única forma de interpretar una situación. Si bien es una característica normal, e incluso simpática en un niño, es mucho menos encantadora en los adultos. Desafortunadamente, es la predominante.
… En situaciones complicadas, solemos asumir que vemos las cosas tal cual son. No es así. En realidad vemos las cosas tal como se presentan para nosotros. Compruebe esto por sí mismo. ¿Cuándo fue la última vez que se encontró con un “idiota” que pensaba exactamente como usted? ¿Cree que las personas no están de acuerdo con usted porque son idiotas? ¿O los califica de idiotas porque no están de acuerdo con usted? Lo opuesto a la arrogancia es la humildad. “Humildad” proviene de la palabra latina humus, que significa suelo. Una persona humilde no se considera superior a los demás. No pretende detentar una posición privilegiada. La humildad ontológica es la comprensión de que nadie tiene un derecho especial sobre la realidad o la verdad, que los demás tienen perspectivas igualmente válidas que merecen respeto y consideración. Hay muchas maneras de ver el mundo, y cada una tiene sus zonas luminosas y sus zonas oscuras. Sólo desde la perspectiva de la humildad ontológica es posible dar cabida a esa diversidad e integrarla en una visión más abarcadora. La humildad ontológica puede comprenderse con el intelecto, pero no es la actitud natural del ser humano. Requiere, por lo menos, el desarrollo cognitivo de un niño de seis años.
… Es necesario comprender que nuestras percepciones están condicionadas por nuestro modo de ver personal. Otras personas pueden tener percepciones diferentes e igualmente válidas, derivadas de formas de ver diferentes e igualmente válidas. La humildad ontológica no significa renunciar a la propia perspectiva. Es indudablemente humilde afirmar que algunas circunstancias son “problemáticas” en tanto le agreguemos “para mí”, lo cual constituye un reconocimiento explícito de que la misma circunstancia no parece ser problemática “para ti”. La humildad es compatible con la convicción de auto afirmarse; lo que cada persona ve es totalmente válido. La humildad es incompatible con negar a los demás; sus puntos de vista son igualmente válidos. Vivimos en un mundo pleno de sentido, donde nuestras experiencias son significativas porque nuestras mentes están constantemente interpretando nuestras percepciones. Nosotros no procesamos la información como lo hace una computadora. Le atribuimos un sentido a nuestro mundo y desarrollamos una comprensión de lo que está sucediendo dentro de nosotros. “Atribuimos” ese sentido en nuestra mente, no lo tomamos del exterior. Denominaremos modelos mentales a nuestros sistemas de atribución de sentido.
En el módulo 4, al abordar la efectividad comunicacional, nos detuvimos en revisar cómo se entretejen nuestros modelos mentales.
Hagamos un repaso:
Al incorporar en los procesos de comunicación y conversacionales el tema de los modelos mentales y/o percepciones como filtros que nos hacen ver la realidad a través de nuestra propia interpretación y experiencia individual, hace que los significados sean muy variados y la comunicación mucho más compleja. Los filtros suavizan la interacción.
Nos indica que tiene ciertos alcances que hace que podamos percibir la realidad hasta donde nuestro sistema biológico nos lo permita. Nuestro mecanismo biológico define tanto el rango de las percepciones posibles como el de las acciones posibles. Por ejemplo, los perros escuchan notas muy agudas que nosotros no escuchamos.
Creemos que describimos la realidad a través del lenguaje, lo que en realidad sucede es que el lenguaje determina nuestras experiencias. “En esencia no hablamos acerca de lo que vemos… más bien vemos solo aquello de lo que podemos hablar”.
Se refiere a una serie de conductas, lenguajes específicos, maneras de ser, de ver y responder de un grupo de personas que comparten un espacio común. Podemos referirnos a la cultura de una familia, la cultura de un equipo de trabajo, la cultura de una corporación, la cultura de un país.
Cada persona tiene una combinación muy particular de historia, género, familia, educación e influencias que los afirman o los minimizan. Una persona también tiñe la realidad con los lentes de su propia vida, es decir su modelo mental, muy particular, a través del cual filtra los significados con los que se comunica con otros.
El aprendizaje es base para trabajar en nuestra humildad ontológica. Nos permite ejercitarnos en el devenir permanente de un desarrollo consciente y construir nuevos modelos mentales que nos posibiliten estar actualizados con los resultados que buscamos.
En la definición tradicional, aprender significa adquirir una descripción precisa del mundo para luego aplicarla. Primero obtenemos un conocimiento teórico y luego lo ponemos en práctica. Esta descripción no es incorrecta, sino inefectiva. Dificulta la generación de nuevas competencias que satisfagan las necesidades de las personas. El saber tradicional valora la abstracción teórica en detrimento de las acciones en el mundo real.
El aprendizaje es lo opuesto a la locura. Una definición de esta última propone que “es hacer una y otra vez lo mismo, esperando un resultado distinto”. De acuerdo con esta definición, muchas personas y organizaciones operan en un dudoso estado de salud mental.
Podemos interpretar al aprendizaje como una acción reflexiva, o de segundo orden. El aprendizaje es una forma de actuar para corregir errores cometidos en acciones anteriores. En el caso de intentar alterar el curso de los acontecimientos infructuosamente, al darse cuenta de que los recursos utilizados son desproporcionados en relación con el beneficio obtenido, o al descubrir que ha estado persiguiendo objetivos de corto plazo en detrimento de sus intereses fundamentales, el individuo puede detenerse a reflexionar sobre su conducta. Al analizar la cadena de medios afines, puede evaluar la efectividad de su acción. Si concluye que esa efectividad es baja, puede preocuparse y aumentarla mediante una acción de segundo orden, una acción destinada a aumentar la efectividad de su accionar.
Un ejemplo típico es el del leñador que utiliza parte de su tiempo para afilar su hacha en vez de seguir talando árboles. Alternativamente, el leñador podría tomar este tiempo para ver si puede copiar alguna técnica que sea más efectiva que la que estuvo usando hasta el momento. Esta inversión de tiempo y esfuerzo puede generar capital físico (una mejor hacha) o capital humano (una mejor técnica). Al aumento del capital humano lo llamamos “aprendizaje”.
Al igual que la acción directa o de primer orden, el aprendizaje es un intento de sustituir una situación poco satisfactoria (falta de efectividad) por otra más satisfactoria (efectividad). Por consiguiente, la energía para el aprendizaje proviene también de la brecha que existe entre la realidad presente y la visión de una realidad más deseable. Tanto para actuar como para aprender, el individuo necesita contar con un ideal que lo impulse a utilizar sus recursos en aras de hacerlo realidad. Necesita, además, la firme convicción de poder modificar el curso de los acontecimientos mediante su capacidad de acción.
En su libro La acción humana, Ludwig Von Mises llama “satisfacción” al estado del ser humano que no se manifiesta, o no debe manifestarse, en la realización de acción alguna. “El hombre que actúa desea sustituir una situación menos satisfactoria por una más satisfactoria. Su mente imagina condiciones mejores o más ventajosas y su acción apunta a generar esa situación deseada. El incentivo que impulsa al hombre a actuar es siempre alguna insatisfacción. Un hombre perfectamente contento no tiene ningún incentivo para cambiar (…) Pero para hacer que el hombre actúe, la insatisfacción y la visión de una situación más satisfactoria no son suficientes. Una tercera condición se requiere: la expectativa de que el comportamiento tendrá el poder de remover o al menos aliviar la insatisfacción (…) Es por eso que el hombre se pregunta: ¿Cuándo y cómo debo intervenir para alterar el curso de los acontecimientos? ¿Qué sucedería si no intervengo…?”
He aquí que los dos primeros motores de la acción humana: realidad insatisfactoria y visión deseada, se enfrentan dialécticamente configurando una brecha. Esta diferencia, al igual que la diferencia de potencial de una batería, es la que genera la energía para el circuito de la acción. Sin una insatisfacción con lo existente y sin una visión de un futuro mejor, no hay razón para actuar. En todo esfuerzo hay un objetivo, una visión de futuro que impulsa al ser humano a utilizar sus capacidades y recursos para alterar la deriva natural de los acontecimientos.
Es importante resaltar que esta brecha no constituye necesariamente “un problema” o “algo malo”. La insatisfacción puede provenir perfectamente de una ambición que va más allá de la deriva natural de los acontecimientos. Por ejemplo, el deseo de retirarme a los 55 años puede impulsarme a ahorrar dinero hoy. No es que tenga (o prevea) un problema financiero, sino que tengo una aspiración que no podré concretar a menos que actúe en consecuencia. La brecha de insatisfacción no tiene por qué ser reactiva (responder a un problema); bien puede ser proactiva (responder a una aspiración).
El tercer componente de la acción humana es la asunción de responsabilidad y la confianza del actor en su capacidad para dirigir la deriva del mundo hacia su visión. Para actuar, el ser humano debe verse como protagonista de su destino, y no como víctima de sus circunstancias. El supuesto de la acción es que “no todo está escrito”, ya que ella sólo tiene sentido desde la indeterminación del mundo y el libre albedrío del ser humano. Aun culturas normalmente fatalistas reconocen la necesidad de atribuirle poder causal a la persona; así, por ejemplo, existen un famoso dicho musulmán: “Rézale a Alá, pero ata tu camello” y otro similar judío: “Reza como si todo dependiera de tu plegaria, pero actúa como si rezar no importara”. Para actuar en el mundo, el hombre debe tener el coraje de cambiar aquello que puede ser cambiado, más que paciencia para conformarse con aquello que no puede serlo.
Hemos postulado que el poder es la capacidad diferencial de generar acción de una entidad. Hasta ahora, hemos concebido el termino diferencial (o comparativo) en relación a otra entidad o a determinados estándares sociales. Sin embargo, también podemos hacerlo comparando la capacidad de generación de acción de una misma entidad en dos momentos diferentes en el tiempo. Cuando hacemos esto, estamos frente a una forma particular de poder que habitualmente llamamos aprendizaje.
Cuando sostenemos que una misma entidad puede realizar acciones efectivas en un momento determinado de su desarrollo, acciones que esa misma entidad no podía realizar en el pasado, decimos que tal entidad aprendió. El aprendizaje es, pues, un juicio de poder. Lo que en términos de acción efectiva no era posible antes, logra ser posible después.
Aprender es poder hacer lo que no podíamos hacer antes.
Obviamente no toda forma de acción (o no toda respuesta) nos permite emitir el juicio de aprendizaje. Solo algunas acciones (solo algunas respuestas) fundan el juicio de aprendizaje. Ello implica que además de actuar, quien se encuentra en proceso de aprendizaje se somete al juicio de alguien a quien le confiere la autoridad para determinar si su acción (o su respuesta) es efectiva. El aprendizaje, nos dice a menudo Humberto Maturana, es un obsequio (un juicio) que el profesor le hace (le confiere) al alumno, sobre la base de las acciones ejecutadas por este.
A partir de lo señalado, comprobamos que cuando aprendemos algo, expandimos nuestra capacidad de acción y, por lo tanto, incrementamos nuestro poder. Cada vez que adquirimos nuevas competencias, ganamos poder. El aprendizaje nos permite diferenciarnos de como éramos en el pasado, en términos de nuestra capacidad de acción. Al diferenciarnos de nuestra capacidad de acción pasada, aceleramos nuestro proceso de devenir y nos transformamos en seres humanos diferentes. Somos de acuerdo a como actuamos: la acción genera ser. El aprendizaje, como modalidad de poder, es parte crucial del proceso del devenir al que nos exponemos al vivir.
“Si bien buscar la paz mundial a través de transformaciones internas en los individuos es difícil, es la única manera.
El amor, la compasión y la bondad son las bases fundamentales para la paz.
Una vez que esas cualidades se desarrollan en el corazón de un individuo, él puede crear una atmósfera de paz y armonía.
Esa atmósfera puede entonces extenderse desde el individuo a su familia, de la familia a la comunidad y, finalmente, al mundo entero.”