Liderazgo Auténtico
Módulo 6
Autoestima
Lao Tzu
filósofo chino
*Tómate unos minutos para reflexionar.
Concepto de autoestima
Nathaniel Branden define a la autoestima como:
Para este autor la autoestima incluye la creencia de que el éxito, la satisfacción y la felicidad son valores apropiados y merecidos para quien opera con conciencia.
Y la confianza hace que la persona se esfuerce por usar su conciencia como guía.
Vivir conscientemente es condición fundamental para experimentar autoestima, y experimentar autoestima es condición fundamental para vivir conscientemente.
Conciencia y autoestima forman un círculo virtuoso.
En ese nivel, uno se felicita por aquello que ha obtenido, por los logros que ha alcanzado. Cualquier objeto valioso que haya adquirido es demostración de que uno mismo es valioso.
Por ejemplo: El cargo al que ha llegado en su organización, el saldo de su cuenta bancaria, los reconocimientos profesionales y hasta el atractivo de su cónyuge; todo suma al “capital” de autoimagen que se cuenta en el haber. La gran mayoría de la gente se define dentro de este nivel y, por lo tanto, se preocupa por acumular objetos preciados.
Ejemplos:
Un manager, por ejemplo, se siente mejor consigo mismo que cuando era supervisor, pero no tan bien como se imagina que se sentirá cuando ascienda a vicepresidente.
O un artista se siente bien consigo mismo cuando un crítico hace una reseña favorable de su trabajo, pero sufre una caída cuando otro lo califica como “paupérrimo”.
Analizando estos fenómenos vemos que cada una de esas personas está “identificada” con los resultados obtenidos por ella misma o por alguien con quien se identifica.
Problemas de vivir dependiendo del resultado:
En general, es imposible controlar el resultado de las acciones que ejercemos. Podemos influir sobre el mundo por medio del comportamiento, pero hay factores incontrolables que afectan el resultado, más allá de todo esfuerzo personal. Más aún: cualquier cosa obtenida puede ser perdida. Para preservar la autoestima en este nivel, no alcanza con triunfar una vez; hay que preservar y repetir constantemente el triunfo. En este mundo de impermanencias, un mundo dinámico donde todo está en proceso de transformación, el afán de mantener el triunfo es tan fútil (y estresante), como el afán por aferrarse al agua. Al igual que un puño desesperado no puede asir el agua con su esforzado apretón, un alma desesperada no puede asir la autoestima a través de sus logros.
La necesidad de satisfacer permanentemente el hambre de éxito para mantener la autoestima, tiene gran impacto en la rentabilidad.
Quien no puede soportar el fracaso no tiene audacia y, sin esa audacia, no puede escalar las montañas de la excelencia.
Collins y Porras afirman que es un mito que las compañías excelentes sean conservadoras: “Las compañías visionarias pueden aparecer rígidas y conservadoras a los observadores externos, pero ellas no tienen miedo de comprometerse a alcanzar ‘Grandes Objetivos Peludos y Audaces’ (Big Hairy Audacious Goals o BHAGs).
Al igual que escalar una gran montaña o ir a la luna, un BHAG puede ser imponente y peligroso, pero la aventura, el entusiasmo, y el desafío tocan el corazón, suben la adrenalina y crean un inmenso impulso hacia adelante”. “Riesgo” es equivalente a “probabilidad de fracaso”, por lo tanto, cuanto más audaz sea el objetivo, más riesgo habrá en él y mayor será la probabilidad de fracaso.
Branden define seis “pilares” de la autoestima:
Pagamos todos un precio muy alto cuando nuestra estima personal es pobre o frágil.
Las consecuencias de una débil percepción de sí mismo son: personales, interpersonales y organizacionales.
Tendemos a darnos valor con frases que nos dan un estatus:
Una persona con una baja estima personal puede usar las herramientas conversacionales de manera inefectiva, inadecuada y hasta perjudicial al utilizar mal los conceptos, convirtiéndolos en armas de batalla.
Estas personas pueden exhibir los siguientes comportamientos:
James Redfield en su libro «La novena revelación», describe lo que él llama “dramas de control” y dice que son como danzas donde los participantes intentan “ganar” autoestima a costa de sus interlocutores.
Redfield identifica cuatro tipos de actores en estos dramas: Los dramas se ordenan según dónde se ubique uno, en un espectro que va del agresivo al pasivo.
De modo que el orden de los dramas es: intimidador, interrogador, distante y pobre- de-mí. Algunas personas usan más de uno de los dramas en distintas circunstancias, pero la mayoría tenemos un drama de control dominante que tendemos a repetir, uno que funcionó bien con los miembros de nuestra familia primaria.
Sin un desarrollo personal, las herramientas conversacionales no sólo son inútiles: son peligrosas.
Al igual que un martillo, pueden ser usadas para poner un clavo o golpear una cabeza.
Lo que determina la virtud de su aplicación es la intención del usuario. Cuando este opera desde la necesidad de satisfacer su hambre de estima personal, no hay manera de redimir la aplicación de la herramienta.
El fenómeno de basar nuestra identidad identificándonos con nuestros rasgos externos
Una gran mayoría de personas estructura su autoimagen a través de identificaciones con objetos externos.
Si usted le pide a alguien que se describa, verá que la otra persona le habla de su profesión, empresa, estado civil, edad, etc. Estas variables, que aparecen como la primera definición de quién cree ser uno, son “superficiales” (es decir, no esenciales).
Sin embargo, se podría cambiar de profesión sin dejar de ser uno mismo; podría cambiar de empresa sin dejar de ser uno mismo; podría casarse (o divorciarse) sin dejar de ser uno mismo. Uno cambia su edad año tras año sin dejar de ser uno mismo. Pero cuando alguien le pregunta “¿Quién eres?”, sus respuestas se orientan inmediatamente hacia aquellas variables con las que se identifica.
De la misma manera en que caemos en la trampa de un hábito congelado o de un modelo mental congelado que nos da seguridad y la sensación de estabilidad.
Cuando un patrón de comportamiento produce el resultado deseado, queremos conservarlo. Cuando la autoimagen que proyectamos nos da la posición anhelada en la sociedad, queremos preservarla, sin considerar que su estructura rígida se puede volver obsoleta e “inmoviliza“ nuestro proceso evolutivo.
Brad Blanton expresa que: “En el curso de nuestro crecimiento comenzamos a pensar en nosotros mismos como personalidades constituidas por todas las lecciones que hemos aprendido”. “Nuestras lecciones, duramente aprendidas, tienen gran peso sobre nuestra idea acerca de quiénes somos. Empobrecemos nuestras vidas aferrándonos a esas lecciones aun después que ellas han perdido su utilidad.”
Aunque necesarias, cuando estas identificaciones se vuelven automáticas e inconscientes pueden acarrear serios problemas. Si uno se apega a cierta imagen fija de su persona, tendrá mucha dificultad para cambiar, cuando las circunstancias lo requieran. Esto genera no sólo dolor personal sino también costes organizacionales.
Un ejemplo es el de la gente que se atrinchera en sus posiciones, discutiendo en forma improductiva sobre quién tiene razón. La discusión, en realidad, nunca es sobre los méritos de las ideas aportadas. La verdadera disputa es por ver quién gana (autoestima) y quién pierde.
Ejemplo: Antes de la reunión, cada uno de los “contrincantes” piensa sobre el tema y asume una posición. Al juntar y depositar energía para organizar sus pensamientos y derivar conclusiones, “carga” a esa posición con energía vital; la persona se identifica con ella. Deja de ser “el pensador” y empieza a identificarse con “lo pensado”. La diferencia de nivel es tremendamente significativa. Como pensador, se puede cambiar de idea sin perder identidad: “Yo soy aquel que piensa; yo soy aquel que había pensado que ‘A’ era el mejor curso de acción, pero ahora soy aquel que piensa que el curso de acción ‘B’ es más efectivo”.
Al identificarse con lo pensado, es necesario parapetarse tercamente para mantener la autoestima: “Yo soy ‘A’; si ‘A’ no triunfa como curso de acción elegido, yo soy un fracaso”. Obviamente, para este último sujeto, cualquier oposición será una declaración de guerra. Será imposible para él considerar en forma imparcial los pros y contras. Y de ninguna manera podrá comprometerse con una visión que no sea la suya. Si es jefe, será un autoritario que impone sus ideas y desalienta a su gente. Si es empleado, será un resentido y resignado que cumple sólo lo indispensable para conservar su trabajo.
Así como se apega a sus ideas, también se apega a sus posiciones jerárquicas.
Peter Senge argumenta que la causa principal de la ineficiencia en las organizaciones (y la barrera fundamental al enfoque sistémico del management), es el modelo mental que sostiene “yo soy mi posición”.
La “discapacidad de aprendizaje” organizacional tiene consecuencias muy serias.
Senge cita un estudio de Royal Dutch Shell en el cual se encontró que muy pocas corporaciones viven siquiera la mitad del tiempo de vida de una persona. Un tercio de las 500 empresas sobresalientes de 1970 según Fortune había desaparecido para 1983. Shell estimó que la vida promedio de las grandes compañías industriales es menor a cuarenta años. Por otro lado, algunas han durado con éxito doscientos y hasta más de trescientos años. La clave de esta supervivencia es una cultura flexible, donde no hay apego a la posición.
El filósofo norteamericano Ken Wilber reflexiona que “creemos que ‘perder imagen’ [pasando vergüenza] es como morir, lo cual es profundamente cierto: queremos ‘salvar la imagen’ porque tememos morir. No queremos perder la sensación de identidad [y autoestima]. Pero ese miedo primordial a perder [nuestra] imagen es, en realidad, la raíz de nuestra agonía más profunda. El intento de protegernos [para salvar nuestra personalidad pequeña, es en sí mismo el mecanismo del sufrimiento, el mismo mecanismo que termina escindiendo el universo en un interior (que debe ser defendido) versus un exterior (que amenaza siempre con destruirnos). Esta es la fractura atroz que experimentamos como sufrimiento”.
Las agresiones verbales también atacan nuestra imagen, nuestra auto-percepción, nuestro sentido de valía personal. Nos pueden debilitar mucho si no aprendemos a manejarlas.
Empecemos con el tema de las agresiones verbales que es muy significativa y Pregunte:
¿Cuándo una agresión verbal ataca nuestra imagen, nuestra autopercepción? ¿Qué hacemos?
¿Defendernos? El problema de responder a una agresión verbal, de defendernos, de mostramos ofendidos hace suponer que puede haber algo de verdad en lo que la otra persona expresó.
Ante una agresión verbal podemos experimentar una amplia gama de emociones, sin embargo, cuando sabemos que no somos nada de lo que la otra persona está diciendo, no sentimos necesidad de responder. Podemos molestarnos o asustarnos al inferir la intención hiriente del otro; pero en cuanto a su contenido, el insulto es inocuo. Tan inocuo como una flecha que intenta clavarse en el viento.
¿Será que una reacción defensiva frente al insulto indica que la flecha encontró un blanco?
Si uno no puede desligarse de un adjetivo punzante, es porque en algún lugar de su conciencia cree que le resulta aplicable.
El insulto “toca” cuando se cree que la opinión del otro se ajusta a la realidad, tanto la que uno percibe, como la que teme puedan percibir los demás. Tal vez uno no crea directamente que es aquello que le están diciendo que es (incompetente, necio, incapaz, etc.), pero le preocupa que otras personas que le importan pueden considerarlo cobarde si no responde al desafío. En forma indirecta, siente la flecha clavada.
Es fácil permanecer tranquilo en la certidumbre de que el insulto es una demostración de la falta de modales del otro y no una descripción de la verdadera naturaleza de uno. Al escuchar una agresión verbal desde la autoconsciencia, es posible mantener la misma serenidad con la que se oye ladrar a un perro o llorar a un niño exhausto. Cuando una persona sabe que no es lo que otra declara, no le hace falta tener disciplina, tragarse la ira, ni respirar hondo para calmarse.
Uno no toma los ataques como un agravio personal, ya que lo que el otro está atacando es la imagen de nosotros que tiene en su mente, no a uno. El efecto de cualquier agresión verbal es psicológico, depende de la interpretación del que la recibe más que de la intención de quien la realiza.
Tomemos el siguiente ejemplo: en una reunión, podemos recibir comentarios tales como “el proyecto que presentas está mal orientado o está equivocado” o “está mal”.
¿Cómo puede interpretar y traducir estas afirmaciones nuestro crítico interno? “Eres un tonto, ya que sólo los tontos se equivocan” o “eres un incompetente, ya que sólo los incompetentes hacen las cosas mal, ¿cómo creíste que aceptarían tu proyecto?”.
Aun cuando el otro exprese sus opiniones responsablemente, una persona con frágil estima personal reinterpretará así las opiniones de otro: así, cuando el otro opine “No estoy de acuerdo con tu propuesta”, lo que esa persona oirá es: “No sabes lo que estás haciendo” o “Eres un incapaz”. O, si dicen “Creo que convendría buscar datos adicionales”, lo que interpretará es: “Tu trabajo de recolección de datos es pobre e insuficiente”, o: “Eres perezoso, y no has buscado todos los datos necesarios”.
Una agresión verbal es un dato que llega del contexto, pero su incidencia depende de cómo lo tomemos. Si uno tiene en claro quién es y sabe que la injuria no le atañe, no reacciona frente a afirmaciones tóxicas, tales como “eres un tonto”. Sólo sentirá curiosidad.
Sabernos manejar ante la crítica y los insultos nos permite asumir responsabilidad por nuestras reacciones y adueñarnos de nuestras experiencias.
Hay otro dicho norteamericano que recomienda “Don’t get mad; get even”; que significa: “No te enfades, ajusta cuentas”. Parafraseándolo, mi recomendación sería “Don’t get mad, get curious”; o sea: “No te enfades, haz preguntas”. Seamos curiosos acerca del otro, investigando su punto de vista, y seamos curiosos acerca de nosotros mismos, investigando la raíz de nuestras reacciones.
Cuando nos damos cuenta de esto, no nos preocupamos sólo del gancho externo, sino que comenzamos a prestar también atención al interno; recordemos que para todo enganche se requieren dos ganchos.
Este compromiso con la auto-investigación, con la búsqueda de la verdad profunda sobre sí mismo tiene consecuencias enormemente positivas. Al comprender quienes somos realmente, fundamos nuestra autoestima y nuestra paz interior sobre terreno firme.
Si operamos desde la ilusión y la ignorancia, permanentemente estaremos tratando de construir nuestra auto-imagen sobre una ciénaga. Por más triunfos que obtengamos, las arenas movedizas terminarán tragándose todo. La única manera de experimentar seguridad en nosotros mismos es descubrir la verdadera naturaleza de nuestro ser.
“Empiezo cada día diciéndome que soy una influencia positiva para este mundo.”